La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha impactado el liderazgo de Estados Unidos en materia medioambiental, la convivencia pacífica entre los pueblos, y valores como el respeto a los derechos de las personas.
El anuncio de que en seis meses terminará el programa que exime de la deportación y concede permisos temporales de trabajo a 800 mil inmigrantes menores de edad que llegaron a territorio norteamericano irregularmente con el patrocinio de sus padres, es como bien dijo el expresidente Barack Obama sencillamente cruel. Es una medida inhumana porque afecta a personas inocentes al momento de ingresar a Estados Unidos. No fueron culpables de nada.
La tolerancia y la humanidad de Obama era lo que correspondía. La creación de un estatuto especial de protección a los infantes y progresivamente incorporarlos a la sociedad que por cualquier falla permitió que ingresaran. Devolverlos a sus países no es propio de la gran nación americana.
Son estos comportamientos que inducen a afirmar que cada vez los actos de la Presidencia de Trump debilitan la grandeza norteamericana como tierra de oportunidades. Estados Unidos no tiene que admitir, como dijo el secretario de Justicia, “a cualquiera que le guste venir aquí”. Hay reglas, es verdad. Pero se trata de hechos consumados que se cometieron por la permisividad y la falta de controles internos.
La mayoría de los países de Europa Occidental adoptaron una política de más tolerancia hacia las migraciones que Estados Unidos. Sólo el año pasado Europa recibió cientos de miles de refugiados provenientes de Oriente Próximo, Asia y África, según la agencia EC Frontex. La tradicionalmente cerrada Alemania acogió sólo en 2015 más de un millón de inmigrantes e Italia más de medio millón.
Si Estados Unidos, que se promovía como campeón de los derechos humanos, adopta decisiones tan duras, ¿qué ejemplo da a países pobres sin capacidad económica para recibir inmigrantes como República Dominicana?
Quizás el Congreso norteamericano sea más perceptivo del drama humano que representa devolver a cerca de un millón de jóvenes a sus países, sólo por el pecado de alcanzar el “sueño americano”.