El debate provocado por la iniciativa del gobierno para reformar la ley 87-01 que regula el Sistema Dominicano de la Seguridad Social es lo que mejor refleja una tendencia más que manifiesta en la sociedad, de poner en primer plano el beneficio particular. No se considera para nada un valor universal como la solidaridad social. El desprendimiento aún sea mínimo es un eufemismo, y si a alguien se le ocurre plantear algún punto de vista que se oriente en función de los más débiles, probablemente se piense que hace política o cae en el renglón de los típicos y más descarados demagogos.
Porque está en boga la apropiación máxima de bienes y riquezas. No tiene que ser por vías necesariamente ilegítimas. Simplemente, en base a destrezas y al desarrollo de unas agallas enormes, con capacidad para tragarse al otro. No tiene que ser el más pequeño, es lo que se encuentre por delante en el afán de lucro desmedido.
Con agentes de esa naturaleza una sociedad no tiene garantía de que sus ciudadanos podrán vivir en paz. Aún aquellos que hayan decidido aislarse en un recogimiento típico de una “vida consagrada”. Ni siquiera quienes en base a su riqueza hayan podido montar todos los dispositivos de seguridad extraordinarios a su alrededor. Si no se empareja de alguna manera la carga, la paz social no será sostenible. Nadie estará seguro mientras las brechas que profundizan la inequidad se agranden al correr de los días.
Los prestadores de servicios de salud, llámese clínicas y médicos, las aseguradoras y las manejadoras de fondos de pensiones, tienen que dejar a un lado tanto empeño en defender sus cuotas. Ver cómo las debilidades del sistema de seguridad social pueden ser atacadas, y con algo de buena voluntad, mínima solidaridad, pensar en las personas que a fin de cuentas son sus clientes, quienes les garantizan que sus negocios puedan continuar en el mercado. Que el sistema, en vez de degradarse, mejore para bien de todos.
Para eso hace falta algo de sensibilidad. No un discurso falaz que ni ellos mismos se creen. ¡Piénsenlo!