Las competencias atléticas que se disputan en París desde el pasado miércoles 28 de agosto hasta el 8 de septiembre, durante 12 días que se pintan como mágicos, constituyen la XVII edición de los Juegos Paralímpicos.
Estos juegos reúnen a atletas con diferentes discapacidades, ya sea visuales, ambulatorias, auditivas, o que hayan sufrido la amputación de algunas de sus extremidades.
No son una simple competencia como cualquier otra porque, según los especialistas, ofrecen una oportunidad para que el mundo, las sociedades, las federaciones deportivas y los gobiernos pongan el ojo en la discapacidad.
Este evento se torna así en una inspiración que promueve cambios sociales, además de dar visibilidad, mediante el deporte, a la inclusión de personas discapacitadas, de hecho se calcula que concitarán la atención de más de tres millones de espectadores.
Serán 167 los países representados más otro equipo de refugiados y 96 deportistas neutrales que suman 4,400 atletas que participarán en 549 eventos, con una presencia récord de 1.983 mujeres. Nuestra delegación totaliza 17 personas entre atletas, jefatura de misión, técnicos y cuerpo médico.
En las últimas décadas la actitud de la sociedad hacia las personas con discapacidad ha cambiado, no es que haya más lisiados, ni más ciegos, tampoco más sordomudos, sino que ahora tienen mayor visibilidad.
Proliferan organizaciones de ayuda que se esfuerzan para que tengan más posibilidades de estudiar y trabajar, y las familias no se avergüenzan de tener un discapacitado ni los encierran en sus casas.
Esto debiera significar también para las autoridades un llamado de atención para que miren a las personas con discapacidad, que legislen para que las empresas tengan un cupo obligatorio para emplearlos, siempre que demuestren idoneidad para el puesto al que aspiran.
Pero también se necesita mejor atención temprana, que puedan ir a la escuela y formarse, aprender un oficio, integrarse a la sociedad.
Cada trabajador discapacitado, cada atleta paralímpico es en sí mismo un ejemplo de perseverancia, de esfuerzo para alcanzar un objetivo, un sueño, por encima de sus limitaciones físicas.
Cada atleta discapacitado, no solo los que compiten en los Juegos Paralímpicos, es un ser humano que siente, que sueña, que sufre, por lo que lo mejor que la sociedad puede hacer por ellos es brindarles un trato más humano.