El presidente Abinader hizo un llamado a un Pacto por la Calidad de la Educación que lideraría el Consejo Económico y Social (CES), y en el que se involucraría a todas las fuerzas vivas de la nación.

El exhorto, hecho en el acto de inicio del año escolar 2024-2025, de inmediato fue apoyado por más de una treintena de organizaciones nacionales y extranjeras.

Tanto el llamado del presidente como el amplio respaldo concitado sorprenden, porque el tema no figuraba en las prioridades en la agenda nacional, debido a que está en curso el “Pacto Nacional para la Reforma Educativa”, firmado en 2014 y vigente hasta 2030.

Tanto sorprende la convocatoria como encomendársela al CES, un organismo que está imbuido en la implementación del pacto del 2014 y que, por coincidencia, en febrero pasado entregó su balance del diálogo por las reformas, entre las que sobresale la mejora de la calidad educativa.

En ese balance el CES informa sobre una Asamblea Plenaria, que se ha reunido en cuatro ocasiones y que en octubre celebró un taller en el que se “tomaron importantes decisiones respecto a los mecanismos de seguimiento del Pacto Educativo, así como del fortalecimiento del Comité de Monitoreo y Evaluación”.

Quizá haya algo que no entendemos y no se trate de un nuevo pacto, lo que habría que aclarárselo primero al CES, que en su balance afirma prestar particular atención a las perspectivas de la educación básica y hasta de la técnico profesional, “y la renovación de los miembros del Comité de Veeduría Social, entre otras medidas importantes” (páginas 95, 96 y 97 del Balance de Diálogo por las reformas, compendio de mesas temáticas, CES, febrero 2024).

Para más sorpresa, la ADP, una de las principales incumplidoras del pacto de 2014, pide que en esta ocasión, “se le dé la oportunidad a la clase docente de liderar el nuevo Pacto por la calidad de la Educación”, supuestamente desde la perspectiva de la práctica escolar, porque alega que son los maestros quienes mejor conocen las necesidades del sistema.

Nos confunde la necesidad de un nuevo pacto, salvo que estemos retrocediendo a los tiempos de Balaguer, que cuando necesitaba que un problema no se resolviera, nombraba una comisión, que tampoco resolvía nada, por lo que ahora parece que, para complicar las cosas, un pacto mata otro pacto.

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