El 26 de septiembre pasado, la Secretaría General de la OEA llamó al diálogo a Haití y República Dominicana por el diferendo originado en la construcción del canal en el río Masacre. Pero de entrada hizo un reconocimiento que talvez debió reservar para más adelante porque puede denotar su intención: que Haití tiene derecho al uso del río.
Sobra decirlo de primero en una propuesta de mediación, porque el problema no radica ahí, sino en la construcción unilateral sin que el gobierno haitiano suministrara oportunamente los estudios que certifiquen su impacto ambiental, para evaluar sus beneficios y riesgos.
Consideramos que se equivoca el que reniegue del diálogo como vía más eficaz para resolver conflictos o aclarar malentendidos, pero lo que provenga de la OEA debiéramos los dominicanos tomarlo con pinzas.
Es válido recordar que esa entidad sigue en deuda con el pueblo dominicano, pues nunca ha pedido perdón ni ofreció un desagravio sincero por su aval a la intervención militar en abril de 1965 (hasta Alemania hizo lo propio con el pueblo judío), y porque ha desempeñado un papel acomodaticio y parcializado, en casos recientes en Nicaragua, Venezuela, Ecuador, Honduras, Bolivia, Perú y Venezuela, en los que ha actuado según la dirección en que soplan los vientos desde Estados Unidos.
Incluso, más de una vez Almagro, su secretario general, ha hecho causa común con la CIDH en sus acusaciones de “racismo estructural” en República Dominicana, cuestión que ahora hay quienes desean que pasemos por alto.
Coincidimos plenamente con la digna respuesta de la Cancillería a ese llamado a concertación, porque reivindica nuestro territorio como inalienable y cualquier diálogo o mediación pasa por la única condición de paralizar la construcción del canal.
Y debe leerse con el prisma del mundo de la diplomacia lo que se le dice a ese organismo y a Almagro: que visiten la zona en cuestión, para enterarse “in situ” y rendir un informe detallado al Consejo Permanente, para edificarse sobre el problema.
Hay que aceptar complacidos, es obvio, el interés y disposición de ese órgano continental y de su secretario general, de “colaborar en la búsqueda de una solución beneficiosa para ambos países”.
Pero permítasenos recelar, porque la OEA no puede adjudicarse un papel vital en asuntos que conciernen a los dominicanos y a nuestro futuro, sin que también vuelva la vista con actitud reflexiva y autocrítica hacia su propio pasado.