Se conmemora hoy el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que tuvo su origen en la necesidad de honrar a las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, de cuyo brutal asesinato ordenado por el sátrapa Trujillo se cumplen 61 años.
Es una fecha especial para los dominicanos, aunque para algunos amigos de la figuración y de las poses no pasará de palabrerías a favor de la mujer y en contra del maltrato, defensa que debiera ser permanente y no cosa de un día.
Además de no ser motivo de ocasión, aprovechemos para dar la mayor dimensión posible a la lucha contra la violencia hacia la mujer, la que no es solo física y sicológica, como se suele minimizar y circunscribir; sino que se ejerce al relegarlas, al subestimarlas y al asignarles roles secundarios.
Si viéramos a la mujer con absoluto respeto nos daríamos cuenta, como dice el poeta inglés John Gay, de que ella “tiene una sonrisa para todas las alegrías, lágrimas para todos los dolores, consuelo para todas las desgracias, excusa para todas las faltas, súplica para todos los infortunios y esperanza para todos los corazones”.
Unos pocos tomarán hoy el tema de los feminicidios y muchos otros el de la abnegación de las madres solteras, pero el discurso a favor de la mujer y en contra de quienes la maltratan, campeará seguramente en floridas peroratas y encendidos mensajes, mientras en la práctica se espera el final del día para que mañana todo siga igual.
Desde el piropo que constituye un asalto impune a la tranquilidad de las adolescentes y de las jóvenes, hasta el maltrato verbal y el acoso en el trabajo, en las escuelas o en cualquier otro sitio por el solo hecho de ser mujeres, los abusos suceden como un simple hecho cotidiano.
No es una fecha de celebraciones, sino de trabajar en la reeducación de la sociedad en general para dejar atrás todas las rémoras de una supuesta superioridad biológica que es el origen de todas las desigualdades y de todas las violencias.