A finales de diciembre, una familia viajó hacia la frontera sur con Haití, en una misión de conocimiento sobre esa parte de la geografía nacional, y en el grupo había dos niños. Uno de 7 años y otra de diez, que cursan la escolaridad en centros privados.
Cuando la caravana se aproximaba a la localidad de Jimaní, que era el destino final, pues el periplo incluía la visita a la línea divisoria, donde confluyen mercaderes dominicanos y haitianos, los pequeños empezaron a expresar inquietudes. Preguntaron si no resultaba peligroso acercarse tanto a Haití; si los haitianos no los atacarían…
Los mayores los miraron sorprendidos, porque efectivamente, los chicos lucían preocupados, y aunque les explicaron que los haitianos eran personas normales, que viven al otro lado de la isla, a partir de la línea divisoria, en su país, que no son una amenaza, los pequeños respondieron indistintamente diciendo que no, que ellos eran diferentes, que eran violentos, y que no deseaban acercarse a la frontera.
Los padres se asombraron más, y les preguntaron que dónde habían sacado todas esas cosas, y ellos dijeron que eso lo sabe todo el mundo.
¿Dónde adquieren los niños esos conocimientos? ¿En las escuelas, a través de los medios de comunicación?
El diálogo dejó a los mayores atónitos, preguntándose acerca de los dominicanos de mañana, de su actitud frente a los vecinos inevitables, y con los cuales hay que convivir.
Las palabras del ministro José Ramón Fadul no pueden ser más oportunas: “Con el tema haitiano se está produciendo aquí una aberración, porque hay una actitud que ya no se corresponde con un problema de nacionalismo solamente. Y yo creo que hay una actitud muy agresiva frente al pueblo haitiano. Porque tengan condiciones materiales de mayor pobreza que nosotros no indica que nosotros somos distintos a ellos. Somos distintos en cultura, en nuestro terreno, en nuestra nacionalidad, nuestro idioma, pero somos seres humanos todos y merecen un trato…”
Debemos valorar hasta dónde determinados enfoques acerca de los haitianos estimulan las bajas pasiones, los odios y prejuicios absurdos que harán cada vez más difícil la comprensión de los dos pueblos que habitan en la isla.
La defensa justa del territorio, de la soberanía, no debe conducir a la intolerancia.