Venezuela se duele a sí misma. Pero también duele a América y al mundo. En su difícil situación no habrá mejor camino para encontrar una salida que el diálogo.
Las partes enfrentadas se han demostrado que son irreductibles, y siendo así, difícilmente habrá vencedores. Eso debe ser reconocido por las partes como premisa para toda conversación. Si continúan el curso actual, todos pierden, y el más perdedor será siempre el pueblo venezolano.
Para que haya diálogo tiene que haber mediadores, voluntad para acogerse al mismo y dar crédito a quienes están dispuestos a servir de facilitadores.
No se exagera si se admite que hay un agotamiento, como si las vías de solución hubiesen desaparecido. El Papa Francisco, en su rueda de prensa de retorno al Vaticano, después de su visita a Colombia, dio esa sensación cuando dijo que la Santa Sede ha hablado fuerte y claramente, que no entiende al presidente Nicolás Maduro y que ya ha hecho mucho. Sin resultados. De hecho, sugirió que las Naciones Unidas asumieran un rol más activo.
Acaba de surgir un hálito de esperanza con la invitación del gobierno dominicano y el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero a las partes venezolanas a propiciar un proceso de concertación, con el objetivo de lograr la estabilidad y la paz de Venezuela, “convencidos de que existe una oportunidad para un proceso de encuentro, reconocimiento mutuo y reconciliación”.
El colectivo de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) acogió anoche la invitación, que según los convocantes se efectúa con “el máximo respeto a los principios de la democracia, los derechos humanos, el compromiso social y la soberanía nacional. Desarrollado sobre la base de una negociación formal y con garantías que den confianza y credibilidad”.
El gobierno dominicano puede ser un garante adecuado de que las negociaciones se lleven seriamente, siempre interesado en que los procesos se desarrollen de acuerdo al derecho internacional, al respeto al principio de no intervención, la soberanía de los Estados y la convivencia pacífica.
Esta es una magnífica oportunidad. Quizás sea la última para que las diferencias se diriman por la vía del diálogo.