El homicidio de Gregoria Bueno la noche del pasado domingo es un reflejo del estado de intolerancia y violencia que gobierna la mente de muchos dominicanos y causa de tantas muertes de inocentes.
Gregoria Bueno era la esposa de Franklin Zorrilla, un dominicano que involuntariamente rozó con su vehículo otro que estaba estacionado en una calle del sector Katanga de Los Mina. Ese hecho fortuito fue suficiente para que el propietario del aparato afectado, acompañado de un hermano, iniciara una persecución motorizada que terminó en una tragedia.
¿Cuál es el costo del daño causado al vehículo de los hermanos Henry Ernesto y Julio Enrique Fortunato Ulloa? Por más alto que pudiera ser, ¡imagine usted!, no puede compararse al daño causado a Gregoria Bueno, a quien de un solo e insensato disparo le arrebataron la vida. Una locura.
Aquí entra en juego otra cuestión. Además de la intolerancia, nos corroen las posesiones, los bienes materiales y al mismo tiempo las miserias y escaseces humanas.
Podría decirse cualquiera, como para conformarse: -Es un hecho aislado. Pero no es así. En las calles ocurren con frecuencia escenas de violencia motivadas en simples accidentes o por nimias diferencias vecinales, por un parqueo o cualquier otra futilidad.
Es la violencia que llevamos dentro por ese afán desmedido de ser, sin saber a veces qué; poseer sólo para exhibir, porque ni siquiera se disfruta lo que se tiene, o por la cuestión que señalamos al principio: la intolerancia. Nadie está dispuesto a tolerar nada. Cualquier tontería altera los espíritus. Esa actitud se expresa de forma muy variada, desde el rechazo a los demás sin motivos aparentes o reactivamente por cualquier insignificancia.
Es necesario que apacigüemos los sentimientos negativos que llevan al odio y a la acción desproporcionada, sin medir consecuencias.
Gregoria fue asesinada por nada. Sus familiares llenos de dolor lloran su pérdida. Los hermanos Fortunato Ulloa están presos y han deshecho sus vidas. Tragedias que no deben repetirse.
¿Hasta dónde llegaremos?