Todos los ojos y las manos del gobierno y sus agencias están enfocados en superar los efectos de María. Y eso es razonable. Hay que tratar de devolver la normalidad a decenas de comunidades muy castigadas por las aguas, más que por los vientos. Zonas enteras bajo agua, viviendas precarias destruidas o arrasadas.
Sin embargo, no está demás hacer algunas observaciones útiles. Lo que hace dos décadas era un fenómeno particular del Gran Santo Domingo, el principal polo poblacional del país, se ha expandido por todas las villas de la República, incluso, en municipios pequeños que se caracterizaban por una mínima organización espacial.
Quizás sería exagerado hacer un planteamiento general: la República Dominicana se ha arrabalizado. Pero no es menos de ahí. Ciudades grandes han visto crecer barriadas insospechadas en zonas inapropiadas, sin ningún tipo de reglamentación.
María ayudó lastimeramente a develar ese drama que no es singular de ciudades como Santo Domingo o Santiago, que son las más grandes, sino de ciudades intermedias y de pequeños municipios, todos con villas miserias, en áreas muy vulnerables. Y construidos con materiales de la nada.
Ahora hay que tratar de restaurar las casuchas destruidas, mejorándolas, pero las autoridades municipales y el gobierno nacional deben valorar si el crecimiento habitacional puede ser en semejantes términos.
Se puede decir: hay que aprobar una ley de desarrollo territorial, pero eso no basta. Confrontamos problemas estructurales serios de crecimiento inequitativo que decretan tanta marginalidad y pobreza en las condiciones y en los lugares en que la gente se aloja para sobrevivir.
Esto puede tener consecuencias horribles. Vimos lo de María. Si hubiese atravesado el territorio por el centro, estuviésemos ante un desastre peor al sufrido por Puerto Rico. La habitabilidad tiene que entrar en la agenda pública ya.
No es que el gobierno empiece a hacer casas para todos, que es imposible. Es que haya regulación y calificación mínima sobre suelos. Mientras tanto, ver qué se puede remediar a corto plazo, y en tiempo razonable, empezar a ordenar. ¿Por dónde empezar? Es la tarea de quienes gobiernan.
Es el principio para tratar de enfrentar los desastres con que amenaza la Naturaleza.