La Feria Internacional del Libro Santo Domingo de nuevo está con nosotros, y hay que apoyarla. La mejor manera de hacerlo es asistiendo y dejándose atraer por las ofertas. Es la vigésima edición de la fiesta de la cultura escrita dedicada a René del Risco Bermúdez, con Paraguay, la tierra de Augusto Roa Bastos, como país invitado.
La feria es un ejercicio del conocimiento durante un período importante, en un país donde la cultura de la continuidad bajo los auspicios del Estado es precaria. De modo que para los dominicanos es un logro con vocación a mejorar.
El evento se prolongará hasta el lunes 1 de mayo, mejorado por un hecho que no está directamente relacionado con su contenido y alcance. Es que se trata de una fiesta cultural, no una feria comercial donde se ofrecía de todo.
Hay quienes han hablado de que un evento de este tipo corre el riesgo de tornarse algo rutinario. Que quizás debía efectuarse cada dos años. Pero la realidad es que ante tantas amenazas que enfrenta la cultura escrita, reverenciar y promover el libro es un esfuerzo merecedor de respeto.
Habría, eso sí, que insistir en las mejoras del formato, lo que podría contribuir a decantar su naturaleza y calidad.
La modificación del formato en el montaje de hoy no significa sin embargo que el público asistente a la Plaza de la Cultura Juan Pablo Duarte no tenga muchas opciones. Presenta un programa con 504 actividades, como conferencias, presentaciones de nuevos libros, reconocimientos a escritores, coloquios y talleres.
La participación de un nutrido grupo de autores de habla hispana, principalmente, brinda a los seguidores de la literatura una oportunidad de entrar en contacto con quienes hacen posible el acceso al conocimiento mediante el lenguaje escrito.
La oferta es abundante: “Hay un libro para cada quien”, reza el eslogan de la Dirección General de la Feria del Libro, dependencia del Ministerio de Cultura. Los concurrentes tienen ante sí una síntesis de la cultura escrita. Es otra oportunidad para el conocimiento.