Hablábamos en estos días de la proclividad a la violencia, a flor de piel. Todavía no habíamos visto a una muchacha que en medio de un intercambio o socialización hogareña asesinó a su padre de un navajazo. Tampoco sabíamos que días después un joven mataría a su padre porque lo “discriminaba”, dizque no lo trataba igual como a los demás hijos.
Ayer la sangre corrió de nuevo, en la repetición de un incidente violento en un barrio pobre. Una discusión originada por la propiedad o posesión de un parqueo terminó con el saldo trágico de tres muertos y un inocente niño herido.
Tenemos “más comunicación” instrumental, lineal, donde se estimula la violencia, mediante lenguaje a veces soez, expresiones de todo tipo, insultos de alto calibre. No sería extraño que esa conducta mediática se traduzca en vías de hecho en las calles.
Las primeras noticias sobre lo ocurrido en el sector La Toronja, El Almirante, en Santo Domingo Este, sugieren que existía un conflicto entre el propietario del taller y unos vecinos. De años. Si es así, lo ocurrido sólo se explica en la violencia latente.
Para muchos este tipo de comportamiento no obedece a una suerte de “enfermedad social”, tampoco es una epidemia, pero es recurrente.
Esto obliga a pensar en la necesidad de impulsar programas de educación cívica más allá de las enseñanzas convencionales en las escuelas, por donde un elevado número de ciudadanos nunca pasa.
La cultura dialogada, de paz es fundamental en una sociedad donde cada vez más personas optan por la agresión para dirimir sus diferencias, no importa lo insignificantes que sean.
Muchos recursos se invierten en cualquier cantidad de programas, pero nadie se enfoca en fomentar la cultura de la no violencia, sea en el hogar, en las calles, entre los vecinos. ¿A qué agencia del gobierno le podría interesar esta materia?
Fomentar el espíritu de paz en el manejo de conflictos entre las personas es una invaluable tarea. ¿Quiénes la asumen? Hay muchísimas instituciones que la tienen en su agenda. Pero se requiere más que eso.