Juanita se esmeró en preparar su uniforme. Bien lavado y planchadito. Se montó en una de las voladoras de Los Alcarrizos persuadida de que llegaría a su centro laboral impecable, hasta que, ya en la empresa, una de sus compañeras le advirtió si se había dado cuenta de que la falda tenía un agujero y al lado se veía algo que parecía moho. Eran los rastros de la chatarra con cuatro ruedas, una de las unidades móviles en que descansa un alto porcentaje de las rutas de transporte del Gran Santo Domingo.
Como esa dama, cientos de miles de personas que abordan los medios de transportación de pasajeros de la gran ciudad sufren inconvenientes de ese tipo, que para muchos es cosa común. Inseguros, sucios o hediondos, con asientos deteriorados o raídos, con restos de acero salientes, los llamados vehículos son una pesadilla cotidiana.
Tal y como nos cuenta hoy el periodista Abraham Méndez, las autoridades tienen planes que no terminan de afirmarse en realidades. El Estado y menos los transportistas tienen iniciativas ciertas para modificar las condiciones de transporte de pasajeros.
Más allá de los sistemas convencionales como el Metro de Santo Domingo, o las guaguas de la Omsa, es poco lo que se puede cuantificar con calidad mínima. Y el Metro es una obra inconclusa con tres rutas, que no ha podido establecer un programa de recepción y despacho coordinado con rutas diseñadas con origen y destino para mejorar la calidad del transporte. Pensamos en las tan mencionadas “rutas alimentadoras”. Son los motoconchistas quienes llevan a destinos finales a la mayoría de los pasajeros del Metro.
En fin, que como muchísimas materias de servicio público, la transportación de pasajeros en Santo Domingo no mejora, y los planes no aterrizan. Mal estado y escasez de vehículos, apreciables niveles de desorden e inseguridad.
Y no seguimos para no cansar la historia. A Juanita se le hace tarde y no conseguirá la guagua para retornar a su vivienda. El vestido ya no cuenta.