Esta semana sucede un fenómeno que ejemplifica claramente los efectos devastadores del cambio climático, una realidad que muchos intereses se empecinan en negar.

Varios incendios fuera de control en Los Ángeles, Estados Unidos, han quemado más de 11.000 hectáreas y forzado la evacuación de más de 100.000 personas; pero apenas a 1,600 millas, en Missouri, al menos cinco personas han muerto y más de 60 millones se han visto afectadas en el peor temporal de nieve en décadas.

Es como si fuego y nieve pudieran coexistir en un mismo territorio y a una distancia de no muchos kilómetros, un fenómeno que, pese a presentar características apocalípticas, no tiene nada de sobrenatural y en cambio es consecuencia de la acción humana, que está conduciendo a la Tierra a un estado de emergencia climática como nunca se ha visto.

Es que el calentamiento global y las temperaturas cada vez más extremas someten al mundo a una situación difícil de soportar para los seres humanos, para los animales y para la vida en general.

No es un invento, sino que datos concretos demuestran que la especie humana jamás ha padecido calores tan altos como los registrados desde noviembre de 2022 hasta octubre de 2023, y a ello hay que sumar otras cifras igualmente alarmantes; por ejemplo, que el 99% de la población del planeta, alrededor de 7,800 millones de personas, se expuso en los últimos años a temperaturas que superan los valores normales.

Ese calentamiento global ha llegado a niveles tan alarmantes que mientras en una parte las áreas fértiles sufren la desertificación por la tala indiscriminada, otras zonas costeras comienzan a desaparecer por el aumento del nivel del mar a causa del derretimiento de los polos.

Y para peor, la administración que se apresta a asumir en EE.UU. no tiene este problema entre sus prioridades.

Quizás sea la hora en que ya no basta con tomar conciencia, sino de exigir a las autoridades, a los organismos supranacionales, a las multinacionales que sobreexplotan los recursos, que tomen medidas, y ojalá esta combinación de nieve y fuego -a muy pocos kilómetros de distancia- sirva de alarma natural para poner en agenda esta cuestión, antes de que Estados Unidos se siga quemando o quede sepultado bajo enormes y frías capas blancas.

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