La semana pasada, al paso acelerado con el que los asambleístas conocieron un tema tan delicado como la modificación a la Carta Magna y cuando llegaron tan lejos como a poner candado incluso a la voluntad ciudadana para que no pudiera opinar sobre lo aprobado, se develó una realidad que provoca recelos: la excesiva concentración de poder en el Ejecutivo y su partido.
Acrecienta el resquemor la presentación al Congreso, apresuradamente y con múltiples rechazos por carecer de consenso, de las reformas fiscal y laboral.
Es un comportamiento preocupante, porque con una oposición débil y dispersa, no habría efectividad para un ejercicio de vigilancia del accionar de los poderes del Estado, en este caso Ejecutivo, Legislativo y Municipal, bajo dominio casi absoluto del oficialismo.
Para algunos es grande el reto que tendrá por delante el presidente; a otros les inquieta ese escenario casi sin nadie que pueda contrariar o atemperar lo que se disponga, y no falta quien empiece a advertir de posibles riesgos.
Está demostrado históricamente que el ejercicio del poder se torna más delicado en situaciones como la que actualmente vivimos, donde un solo partido concentra mucho poder y tiene un escaso contrapeso.
La manera febril con que se introducen reformas de gran calado podría ser lo que genera reservas, aunque consuela que no haya asomo de que Abinader pueda ceder a la tentación de transmutar por otros los verdaderos intereses nacionales.
El terreno está abonado para conjeturas de todo tipo, pero malinterpreta quien olvide que vivimos en un país con estabilidad económica, social y política, donde funcionan plenamente las instituciones básicas del Estado de derecho.
Inclusive, sin que importe lo disminuida que pueda estar, el papel de la oposición política es trascender lo quejumbroso y agorero y contribuir a fortalecer el ordenamiento democrático.
Reconforta que Abinader, como si estuviera persuadido o se adelantara a cualquier bellaquería de los suyos y propia de los que se embriagan con el poder, enfatizó la misma noche electoral del 19 de mayo que por encima de cualquier sentimiento partidista su lealtad y su orgullo están con el pueblo dominicano.
Es lo que se espera de un mandatario interesado en preservar su legado para que los historiadores no pasen por alto que gobernó con humildad durante ocho años, sin usar el poder como un bien patrimonial.