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El cierre total e indefinido de la frontera marítima, aérea y terrestre de República Dominicana con Haití, es una medida histórica, de repercusiones incalculables y de un escalamiento impredecible.
Quizá sea la menos deseada de las salidas posibles al impasse actual, pero la delicada situación surgió en la parte haitiana, que no tiene razón pues la pretensión de desviar y canalizar las aguas del Masacre es violatoria de tratados y protocolos suscritos entre las partes, y contraviene el régimen jurídico de los cursos de agua, regulado por el derecho internacional.
El Tratado de Paz, Amistad Perpetua y Arbitraje, que delimita la frontera, prohíbe la construcción de obras que desvíen el curso de los ríos que corren entre ambas naciones.
Su artículo número 10 dice claramente: “En razón de que ríos y otros cursos de agua nacen en el territorio de un Estado y corren por el territorio del otro o sirven de límites entre los dos Estados, ambas partes contratantes se comprometen a no hacer ni consentir ninguna obra susceptible de mudar la corriente de aquellas o de alterar el producto de las fuentes de las mismas”.
El incuestionable principio jurídico en que se ampara el rechazo dominicano a la construcción del canal justifica el cierre fronterizo; es la decisión de un Estado soberano que se ha esforzado infinitamente para hacer menos pesarosa la realidad de nuestros vecinos.
El Gobierno, al proceder con esta medida, interpreta y actúa en representación de su pueblo, que ha reaccionado con un respaldo mayoritario.
Evidentemente que a los que más perjudica el cierre es a las amplias masas hambrientas haitianas, pero si hay un pueblo solidario ante la brutal indiferencia de la comunidad internacional, es el dominicano y su gobierno, que ha alzado su voz en todos los foros para exigir que se involucre en la tremenda crisis que vive Haití.
La coyuntura es delicada; no se pueden despegar los ojos de una frontera que fatalmente afecta a un territorio en el que, en los hechos, el gobierno no existe o ya no tiene ninguna capacidad de respuesta ni ningún control.
Pero no quedaba otra alternativa. Con esta respuesta reafirmamos nuestra independencia, nuestra identidad como nación, y enviamos un mensaje contundente a la comunidad internacional.
Solo tenemos una reserva: que abarcará todas las vías de acceso y la incertidumbre que arroja su carácter indefinido.