En la construcción de la sociedad democrática deseada los dominicanos hemos ido buscando modelos viables que permitan materializar los ideales en que se fundamenta la Constitución. También la búsqueda de la sociedad perfecta con la que soñó Juan Pablo Duarte.
Así, con un espíritu de tolerancia y comprensión en la búsqueda de soluciones ocurren permisividades que no ayudan a diferenciar lo correcto de lo indebido, hasta prostituir los medios previstos en las leyes y hasta el más mínimo sentido del buen vivir. Y se corre el riesgo de derrumbar los avances alcanzados.
Si viéramos bien las cosas quizás nos ahorraríamos disputas, agravios y excesos, y las relaciones fuesen más constructivas. Ahora pensamos en la Constitución de 2010, que es un instrumento que puede llevarnos de la mano a alcanzar los propósitos superiores que anhelamos.
El contenido del artículo 63 de la Constitución de la República es un magnífico fundamento para lograr los propósitos sin que sea necesario llegar a los límites indeseables. Resulta edificante revisarlo en estos días.
Su estudio sugiere que el desarrollo de la educación será el producto de la comprensión de que la formación de los dominicanos es un compromiso compartido, de todos los actores, y tiene como eje central a la familia.
El Estado es el garante para que la educación logre el objetivo de “la formación integral del ser humano a lo largo de toda su vida y debe orientarse hacia el desarrollo de su potencial creativo y de sus valores éticos. Busca el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica y a los demás bienes y valores de la cultura”.
Asimismo, “el Estado reconoce el ejercicio de la carrera docente como fundamental para el pleno desarrollo de la educación y de la Nación dominicana y, por consiguiente, es su obligación propender a la profesionalización, a la estabilidad y dignificación de los y las docentes”.
El artículo 63 constituye la base para que el país logre los propósitos en la educación, pero todo dependerá de que los actores cumplan sus responsabilidades.
Un elemento clave: las relaciones deben establecerse en base al respeto, a la consideración de las personas, y nunca jamás abusar de la nobleza inspirada en el don de gente y la buena fe.