“Todas las personas grandes han sido niños antes, pero pocas lo recuerdan” dice Antoine de Saint-Exupéry en la dedicatoria de su libro El Principito a su amigo León Werth, frase que rescatamos en la celebración del Día Mundial de la Infancia.

La fecha 20 de noviembre para esta efeméride fue aprobada por la Asamblea General de la ONU en 1959, en principio no tenía carácter vinculante, pero después de años de negociaciones, en 1989, finalmente quedó redactado el texto definitivo de la Declaración Universal de los Derechos del Niño, que los estados firmantes están obligados a cumplir.

Según esta declaración los niños tienen derecho a la vida, a la salud, a la protección, a la educación, al juego, a una identidad, esto es a ser registrados con un nombre y una nacionalidad, lo que no siempre se cumple debido a las migraciones forzosas por causa de enfrentamientos armados, desastres naturales, e incluso por falta de dinero para pagar a las autoridades que deben registrarlos.

Otro derecho que rara vez se cumple en un mundo de adultos con preocupaciones urgentes, es el derecho a expresar su opinión y a ser escuchado, muchas veces por ignorancia de los mayores, que han crecido en una cultura que considera a los hijos una propiedad y con una única obligación: la obediencia. Todavía se escuchan frases como “los niños hablan cuando las gallinas mean”.

Todavía, y esto es lo lamentable, hay una inmensa mayoría que piensa que el rigor y el castigo físico sirven para corregir a los niños, incluso nuestros congresistas han pretendido introducir esa práctica en una reforma legislativa, que felizmente fue vetada por la sociedad y por el presidente de la República.

Una manera de celebrar este día puede ser informarse de los derechos de los niños, acercarse a organizaciones y que trabajan en su protección, donar ropas, juguetes o alimentos a esas entidades, pero también dedicarles tiempo y paciencia a los niños de la casa, compartir sus juegos, alejarlos por un momento de las consolas digitales y llevarlos a pasear por un parque o por una galería, conversar con ellos en lugar de sermonearlos, y escuchar sus inquietudes.

La crianza con afecto, la corrección y la disciplina positiva formarán adultos felices, estudiosos y trabajadores, y servirán también para construir un mundo donde se dialogue más y se pelee menos.

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