La violencia, esa a la que nos acostumbramos, que detona cotidianamente la percepción de inseguridad, nueva vez afloró con la muerte en Santiago de un hermano de monseñor Freddy Bretón Martínez.
El país que queremos, en el cual muchísimos dominicanos se esfuerzan por mejor sus vidas, crear riquezas, hacer lícitos negocios, impulsar empresas, caminar tranquilamente con sus sueños, o simplemente trabajar por ganarse el pan de cada día, se desvanece ante hechos tan lamentables como el asesinato de una persona de la manera más ruin, para despojarla de un motor.
Un individuo, sin consideración alguna, aborda a una persona madura, que viaja tranquilamente en su motor, lo asalta, lo agrede, lo mata, así, de manera tan desalmada. Esa clase de gente anda por ahí, es un monstruo que nuestra sociedad multiplica todos los días.
Pensar en el desconsuelo de los familiares de Domingo Bretón Martínez. Esa sensación de desamparo que hace al obispo Bretón decir, desgarrado, con toda razón, que para vivir los pobres tendrán que andar en tanques de guerra.
Esa inseguridad que alcanza la mayor dimensión cuando la desgracia llega a una familia tranquila, trabajadora, que sigue las reglas y respeta las leyes, que no imagina que vive en riesgo permanente.
Son estos hechos que llevan a un alto porcentaje de dominicanos a convencerse de que las autoridades han sido derrotadas irremisiblemente por el crimen. Con el agravante que ya no se sabe dónde se encuentran los delincuentes, si en la propia vecindad, en cualquier esquina, o en el mismo cuartel donde están los llamados a proteger a los ciudadanos.
Son los hechos que derrumban las afirmaciones de que la criminalidad ha descendido “en los últimos años”.
Podremos ahora reclamar que el crimen sea investigado, que el culpable sea capturado, que la justicia lo sancione de manera ejemplar. Pero nada devolverá a Domingo Bretón al seno de su familia.
Definitivamente, cada vez resulta más apremiante que las autoridades pongan más y más empeño en alcanzar la seguridad mínima para vivir, sin los miedos de que en cualquier sitio, no se corra el riesgo de ser atacado y sencillamente asesinado.
¡Cuánta desesperanza!