La Asociación Dominicana de Profesores (ADP) es una de las instituciones gremiales del país que mantiene su vocación combativa en la defensa de sus intereses. En ocasiones pone en segundo plano la misión esencial del maestro, que es educar. Pero los últimos años ha sabido utilizar su fuerza con el diálogo, lo que le ha permitido alcanzar mejorías significativas.
La fuerza hay que saberla utilizar. Los maestros no son cualquier clase de trabajadores. Son forjadores de paradigmas. Y sus luchas deben mantenerse en un plano decoroso. Ya ha habido en estos días circunstancias que han llevado a algunos a señalarlos como agalludos en el sentido negativo. Hay que comprender sus aspiraciones, pero no deben excederse más allá de lo que señala la prudencia.
La asamblea de este martes fue una mala señal. Hasta ahora los líderes de la ADP han conducido procesos exitosos. La más reciente demanda, plantada después de que el presupuesto del Ministerio de Educación fue decidido y está en vía de ejecución, a mitad del año escolar, fue un golpe que amenazaba el desarrollo del calendario. Le pusieron una navaja al cuello al gobierno, y al final le torcieron el pulso con un ajuste salarial a contrapelo del proyecto de evaluación del desempeño que ahora fue postergado para el 2018.
La masa de la ADP anarquizó la asamblea del martes y se rebeló contra sus propios dirigentes. Desautorizó lo pactado por el comité ejecutivo con el ministerio de Educación de acoger el aumento del 10% con efectividad al mes de agosto y poner números a los incentivos a partir del año que viene, desde un 17 hasta un 32%; no consideraron los planes de capacitación, la igualación de tandas, la gestión de un decreto que aumente las pensiones y jubilaciones; mejoría de los servicios del Semma; suplir a los técnicos para la tanda extendida mediante acuerdos interinstitucionales. Nada valía más que el aumento salarial inmediato.
Los maestros no deben proyectar la imagen que brotó de la asamblea del Mauricio Báez. Eso es feo para la institucionalidad adepeísta, para el maestro honorable y para la sociedad.
Deben moderarse y respetar a sus propias autoridades.