La reciente conferencia sobre el cambio climático, COP29, celebrada en Bakú, Azerbaiyán, ha finalizado con los mismos resultados insuficientes, pírricos para algunos, que su homóloga COP16 realizada en Cali, Colombia.
El problema del cambio climático, consecuencia del efecto invernadero que produce el calentamiento global, es bastante simple de explicar: son las naciones industrializadas las que extraen indiscriminadamente recursos de los países en desarrollo, se llevan minerales y talan inmensas superficies de bosques, con lo que obtienen ganancias astronómicas, pero al mismo tiempo son las que mayor cantidad de emisiones tóxicas generan, y debieran ser las que más recursos destinen a combatir los efectos del problema del que son las mayores causantes.
En la reciente COP16 de Cali ni siquiera fue posible establecer un nuevo fondo global para frenar las emisiones contaminantes y encarar planes de reforestación, conservar los acuíferos y otras medidas urgentes ante un problema que amenaza al planeta y, por consecuencia, a todas las formas de vida.
En la COP29 de Baku se aprobó en la primera sesión la metodología para el mercado internacional del carbono, pero las discusiones para aprobar la reglamentación se prolongaron por un tranque en las negociaciones, que se efectúan siempre tras bastidores.
Si en la COP16 quedó claro que sin los fondos requeridos será imposible poner un freno a la pérdida de naturaleza, en esta COP29 el tema fue recibido con la misma reticencia a aumentar los aportes de los países industrializados.
Mientras el reclamo de financiamiento para combatir el cambio climático es de un monto de 1.3 billones de dólares por año (1,300,000,000,000) las potencias industrializadas continúan hablando sobre la base de 100 mil millones de dólares, lo que resulta insuficiente.
Salvo las declaraciones a favor o en contra, según de donde provengan, cada reunión sobre el cambio climático mantendrá seguramente la misma dinámica en los próximos años, hasta que los poderosos de la Tierra terminen de tomar conciencia de que cuando en los países en desarrollo hayan quedado destruidos y sin recursos para apropiarse, pocas esperanzas quedarán para todas las formas de vida en el planeta. Mientras tanto la destrucción avanza aceleradamente y los intentos de ponerle un freno caminan a paso de tortuga.