Los rezagos que afectan a República Dominicana no son ajenos al desorden en todos los planos en la vida institucional. Un día se pueden enarbolar los más caros principios por un propósito supuestamente noble, pero a poco los intereses los hacen rodar con la misma fuerza con que el viento levanta una pluma.
Las conveniencias, las ambiciones rampantes, el irrespeto a las normas y a los ciudadanos permiten que un legislador declare sin más ni más que si hay que cambiar la Constitución para mantener a su partido en el poder, pues se hace, porque lo importante es ganar.
Ya la Constitución fue modificada en 2015 para habilitar la repostulación del actual mandatario. Se recurrió a toda clase de métodos entre los propios legisladores oficialistas y el resto necesario de la oposición para ese fin.
La práctica no es nueva en la vida de la República. Y ya se amenaza, otra vez, que si es necesario reformarla de nuevo se hará. Que lo fundamental es mantener al partido oficial en el poder.
Es la mejor expresión de la falta de principios en el ejercicio de la política. De poner en primer plano la conveniencia del grupo gobernante sin considerar el daño a la institucionalidad.
No solamente eso. Refleja la imprudencia política, justo en una coyuntura en que la epidermis social está por demás irritada. Es un irrespeto a los ciudadanos que afirman sus creencias y la fe en las instituciones nacionales.
Lo que pudiera parecer realismo político no es más que una descarada burla a los dominicanos que todavía se resisten a creer que la Constitución no es más que un pedazo de papel, sin ningún valor más allá del que puede permitir legitimar cualquier proceso de perpetuación en el poder.
Quienes hablan con ese desparpajo abonan la semilla de su autodestrucción y descalificación frente a la historia.
Los remiendos a la Constitución a conveniencia tienen que ser rechazados desde ya.