Varios países han prohibido los teléfonos celulares en las escuelas, Brasil es el más reciente, como ya hicieron Francia, Italia y Países Bajos, una decisión que, seguramente, generará profusas discusiones.
La tecnología será buena o mala según cómo se use; hay experiencias con celulares en clase que permitieron a los estudiantes acceder a textos literarios, enviar trabajos que luego los profesores revisan, y se ahorra tiempo y papel.
Sin embargo, lo que alarma igualmente a padres y maestros es que resulta difícil controlar los celulares en clase, salvo que las tareas estén diseñadas para que resulte imposible pasarse las respuestas y copiar textos; otro riesgo es que los chicos ignoren la clase para jugar o chatear.
La misma Unesco ha sugerido restringir los celulares en las aulas y los que aprendimos con tiza y pizarrón estamos de acuerdo, porque la adicción a las pantallas impide habilidades muy simples, como sumar pequeñas cantidades o multiplicar o dividir mentalmente.
Otro dato es que los adolescentes están perdiendo la capacidad de escribir a mano, ni hablar de ortografía, lectura comprensiva y otras cuestiones como el desarrollo del pensamiento abstracto, por ejemplo.
La tecnología evoluciona, la educación no tiene que adaptarse a ella, sino más bien adaptarla a las necesidades del educando, de ahí que debemos tener cuidado al poner en manos del estudiante un recurso que implique el mínimo esfuerzo para responder a sus tareas, porque si no se utiliza la propia inteligencia no habrá aprendizaje.
Tanto en las escuelas públicas de barrios marginados como en prestigiosas universidades el uso de asistentes virtuales como ChatGPT por los estudiantes es más frecuente de lo imaginable, lo que desemboca en el plagio, y es un desafío para un país con rendimientos tan bajos en matemáticas, lectura y ciencias, según las últimas pruebas PISA.
Para algunos, la Inteligencia Artificial es una herramienta de apoyo y optimización, otros la ven como una peligrosa amenaza para el pensamiento crítico y creativo que las aulas deben forjar.
En cambio docentes, estudiantes y autoridades del ámbito educativo consultados por elCaribe coinciden en que nuestro país debe contar con una estrategia frente al uso de estas herramientas en la educación, para impulsar políticas claras que promuevan su adopción responsable y su regulación ética.
De lo que se trata es de formar estudiantes que aprendan a leer, a calcular, a discernir, y a pensar.