Discurríamos ayer en términos generales sobre el liderazgo, sin reparar que la fecha coincidía con el 20 aniversario del fallecimiento de Joaquín Balaguer, político e intelectual que, a juzgar por su vocación de poder, fue un gran líder.

De incansable dedicación en la búsqueda de sus objetivos, Balaguer patentizó su liderazgo en la aspiración de gobernar como una manera de realizar sus ideales.

Sin detenernos a valorar las pocas actividades en su honor realizadas ayer, su figura ha trascendido y tiene vigencia porque su impronta está en la cotidianidad de la política vernácula y su pensamiento conservador predomina en los temas fundamentales de la agenda dominicana.

Aunque sus discípulos están dispersos y muy pocos le reivindican plenamente, y sin una estructura partidista que le trascendiera, es reeditado a diario por los que imitan su estilo de ejercer la política.

Hay que recordar que una Gallup de febrero de 2013, once años después de su muerte, decía que era el político más admirado en la República Dominicana, una apreciación que si se aplicara ahora no cambiaría significativamente.

Veinte años después quizá sea tiempo de que se discuta a profundidad el justo lugar que le corresponde en nuestra historia y su aporte al desarrollo del país y a la construcción de su democracia.

Existen textos que adelantan al respecto, como el de Roberto Cassá (Los doce años: contrarrevolución y desarrollismo) y de Wilfredo Lozano (El reformismo dependiente sobre el gobierno de los 12 años de Joaquín Balaguer).

Hay otros puntos de partida interesantes, como el de Juan Daniel Balcácer, que estima que la democracia dominicana empezó a construirse “a pesar de Balaguer”.

Quizá se precipitó el Senado cuando, con Balaguer en vida (1997), lo declaró “Gran Propulsor de la Democracia”, en un juicio precipitado y antihistórico precisamente en una democracia, en opinión de Flavio Darío Espinal, todavía en construcción y que en aquel entonces presentaba “serias fallas y limitaciones”.

Pero ahí tenemos al Balaguer ido hace 20 años, al que tal vez la historia no ha llegado a aquilatar objetivamente, quizá porque las consecuencias de sus decisiones y muchas heridas de las que se le considera responsable todavía continúan abiertas.

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