Se habla de la alta cantidad de accidentes en nuestras carreteras, con saldos trágicos. Esos hechos son asociados al consumo de alcohol o de sustancias prohibidas, como drogas, o el descuido o la imprudencia de los conductores.
Pero pocas veces nos referimos a los causales de los accidentes en las zonas urbanas. Probablemente se citarán los factores antes anotados, y se les podría agregar el desorden y la congestión en el tránsito, y hasta la falta de orientación adecuada en algunas calles.
Pero pocas veces se menciona, en particular en el caso de las ciudades, la actitud con que se conduce un vehículo de motor. No pensamos ahora en los días locos de fin de año, cuando a las personas se les mete un aceleramiento inexplicable.
Inquieta un perceptible grado de agresividad en nuestras calles. En una conferencia dictada el año pasado en Funglode, el siquiatra César Mella hablaba de causales como el estrés como determinante de accidentes y de la violencia asociada a los mismos.
Asimismo, observaciones empíricas sugieren una carga de agresividad y violencia en la acción de conducir que se expresa en un irrespeto a las leyes, a desconocer los derechos de otros mediante una conducción arrebatadora que no toma en cuenta la más mínima regla de cortesía como ceder el paso o dar preferencia al otro cuando la vía por la que se conduce presenta un obstáculo que debe obligar a una espera razonable, hasta que pase quien viaja en dirección contraria libre.
Conducir como si se anduviese a campo libre, como si no existiese nadie más, o arrogándose los derechos de otros, sin miramientos, es efectivamente una causa incomprensible de accidentes que conduce a situaciones lamentables, sea por los daños materiales o las agresiones a terceros.
Manejar con una actitud razonablemente humana, consciente, cortés, considerada, tolerante y hasta con cierto dejo de humildad, puede ayudar a disminuir este tipo de violencia en nuestras calles. Con la otra, ya es demasiado.