La condena al asalto del gobierno ecuatoriano a la sede diplomática mexicana en ese país ha sido “unánime”, lo que resulta esperanzador para evitar que se repitan acciones que contrarían palmariamente convenios y tratados que dan por inviolables lo que se asume como parte soberana del territorio nacional del país de que se trate.
Esa “unanimidad” en la condena, en especial de la OEA en esta parte del mundo y que suscribe el secretario general de la ONU, es insuficiente si no se acompaña de sanciones ejemplares como la solicitada por México de que Ecuador sea separado del concierto de naciones en caso de no retractarse y no excusarse ante el mundo.
Sería inválida esa “unanimidad” por tratarse de un pronunciamiento sin ningún compromiso real, lo que se ha estado haciendo costumbre en algunos países, principalmente entre los de más poder e influencia, que se contentan con una simple condena o que interpretan los hechos a su manera y en conveniencia con sus intereses.
La ignominiosa afrenta a la soberanía mexicana no puede quedar del tamaño de una condena “unánime”, sin efectos prácticos concretos, similar a lo que acontece con la matanza de más de 33 mil personas en la Franja de Gaza, incluidos niños y mujeres.
Los riesgos de que acciones como la perpetrada por Ecuador no trasciendan los comunicados protocolares radican en que otras acciones igualmente violatorias y que atentan contra la convivencia pacífica entre los pueblos, sean asimiladas, como si nada, en nombre de una fementida lucha contra la corrupción y el terrorismo; peor, dizque en favor de la seguridad y de “valores de la democracia”, lo que está conduciendo, precisamente, a que la democracia como tal pierda sentido porque en su nombre todo es según el cristal y el lado del mundo de donde se mire, con tal distorsión que hay hasta genocidas consentidos.
Este asalto, por el camino que van las reacciones, terminaría considerándose como un hecho aislado atribuido a la impericia y poca madurez de un gobernante errático sin sentido común, hasta que se produzca otro similar y poco a poco una embajada, protegida por convenciones y tratados y pensada para normar vínculos entre las naciones, pierda su esencia y característica.
Por suerte, y mientras pasan bajo la mesa bombardeos como el de Israel al consulado iraní en Damasco, al menos la condena al asalto a la embajada de México ha sido “unánime”.