AUNQUE SE DICE que la a gente se acostumbra a todo, la realidad es que no será tan fácil adaptarse a los crecientes problemas del Gran Santo Domingo y los desahogos son inevitables.
Sufrimos no sólo acogotados por la inseguridad que imponen los criminales, sino también por el tránsito escasamente viable, y por los inciertos espacios públicos abiertos, a los cuales la gente deja de acudir, sea por miedo o por los abandonos de que adolecen.
De nuevo ponemos la vista sobre la ciudad motivados por una nota de Abraham Méndez, que recoge opiniones de especialistas, quienes señalan que los problemas de la ciudad son el resultado de incumplimientos de normas, de dejar hacer y pasar.
Es decir, que la ciudad de Santo Domingo, sea el centro de mayor crecimiento, ya hacia las alturas, o los arrabalizados barrios a orillas de los ríos Ozama e Isabela, están marcados por un pasado de pobres reglamentaciones o de falta de cumplimiento.
Impresionantes edificaciones en el polígono central con déficit para disponer adecuadamente de las aguas residuales. En algunos casos, las envían al subsuelo. Pasa con las aguas dejadas por las lluvias, que por períodos se convierten en lagunas, sea por basura acumulada en los imbornales o mal recogida.
Los expertos plantean que mientras la ciudad crecía no se ejecutaron las acciones relativas a la prestación de servicios fundamentales, y peor aún, en tiempos puntuales no se establecieron las reglas acerca del uso del territorio.
Lo peor es que persisten los problemas, en múltiples dimensiones, y aunque se elaboran políticas y se toman algunas decisiones, no termina de entenderse que al Gran Santo Domingo se le hace tarde para que sus pobladores puedan sentir que al menos sobreviven.
Porque sólo se ven los tugurios sin considerar los incumplimientos en zonas y sectores donde se supone que todo anda bien. El hábitat capitaleño se complica más. Y debe trabajarse mancomunadamente, con todo ahínco.