El último mes del año tiene para este pueblo una significación especial, no solo por las fiestas navideñas enraizadas en la tradición cristiana y por el Año Nuevo, sino también porque la diáspora se hace sentir en los puertos y aeropuertos.

Es tiempo de regresos, atrás quedaron los días oscuros de la pandemia que obligaron a cerrar fronteras y a restringir viajes. Para el dominicano ausente, acostumbrado a las festividades de diciembre en familia, con calles engalanadas y convertidas en improvisadas pistas de baile en cada barrio, es motivo suficiente para dejar atrás los fríos invernales de Estados Unidos y de Europa, donde a las cinco de la tarde ya es imposible salir y las ciudades parecen desiertos iluminados.

Para los más pequeños es tiempo de unas breves vacaciones escolares y de juguetes nuevos, el reencuentro emocionado con los que vienen de afuera permite compartir la alegría de disfrutar de sus raíces y cargar las pilas para regresar a sus labores en tierras extranjeras.

La anhelada regalía que el Estado entrega y que las empresas ofrecen a sus empleados moviliza el comercio y crea en los pueblos y ciudades un clima de exaltación y de júbilo, como si por unos días el dominicano decidiera bajar las persianas y dejar las dificultades afuera y dar rienda suelta a su creatividad y a disfrutar de todo aquello que lo hace feliz.

Ante este panorama que parece más bien bucólico y encantador, no se debe olvidar que diciembre, y sobre todo el periodo de las fiestas, tiene una contracara que se manifiesta en las alarmantes estadísticas de accidentes de tránsito, de muertes por choques de automóviles y de vehículos de transporte público y por la temeridad de los motociclistas, en carreteras superpobladas por el éxodo al interior que comienza en los días previos a las celebraciones.

El exceso de consumo de alcohol también genera un aumento de las riñas callejeras o domésticas, a veces con consecuencias trágicas, todo lo cual deja un saldo luctuoso que todos los años nos llama a la reflexión.

Finalmente, desear que los hogares, que las familias convivan en armonía, y que el mensaje que hace más de dos mil años originó estas fiestas florezca en diciembre en el corazón de cada dominicano y de todos los habitantes del planeta.

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