La resistencia contra la opresión es un derecho que asiste a todas las personas y a todos los pueblos del mundo, por la vocación de libertad con la que nacen las personas y que forma parte de la génesis de los conglomerados y naciones.

Nuestro país, que estuvo sometido durante más de treinta años a merced de una férrea tiranía, registra muchas historias de resistencia y contra las sucesivas ocupaciones de las que los dominicanos fuimos víctimas en diferentes épocas.

En ese calendario de la lucha por la libertad, el 14 de junio es un día señero, porque hace 65 años un grupo de hombres valientes, con su ejemplo y con sus armas, sembraron la semilla que dio como fruto la decapitación del tirano y de su larga y oscura noche.

No es ni debe ser tomado como un día cualquiera.

Quizá lo sea para aquellos malos dominicanos que no descansan en su afán de que el pueblo pierda su memoria histórica; que se quede sin nada que venerar y que no tenga referentes como Enrique Jiménez Moya y los demás valientes patriotas que le acompañaron en aquella epopeya gloriosa.
Y aunque el significado de esa fecha gloriosa se desdibuja con el paso del tiempo, traer al presente aquel sacrificio desinteresado por la libertad de la patria es una obligación de los que aman la libre autodeterminación de las naciones, de los que creen que son los pueblos los que deben decidir su destino en lugar de entregar su voluntad soberana a dictadores y autoproclamados mesías.

Y aunque muchos de los objetivos de aquellos expedicionarios siguen pendientes hasta el día de hoy, la democracia, el régimen de libertad y de derecho que disfrutamos en la actualidad, es en gran medida un resultado del arrojo y del sacrificio de esos hombres que prácticamente se inmolaron el 14 de junio de 1959.

Toda la gloria para los que con “su sangre noble encendieron la llama augusta de la libertad”, y se enfrentaron sin miedo al poder omnímodo y a las balas asesinas, porque la autodeterminación de los pueblos se construye con el sacrificio de sus héroes, mientras que los que se alinean con la ignominia tienen un lugar reservado en el zafacón del oprobio de la historia. l

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