La pasada semana celebramos el 180 aniversario de la independencia nacional, un hermoso e intenso proceso de lucha patriótica dirigido magistralmente por Juan Pablo Duarte, creador, ideólogo y fundador de la nación libre, soberana e independiente que hoy habitamos y que él denominó República Dominicana.
No hay ninguna duda de que Duarte fue el impulsor e ideólogo de la independencia dominicana. Es el principal Padre de la Patria y un ejemplo de entrega, patriotismo, fe y esperanza. De acuerdo con el historiador Emiliano Tejera, Duarte es “el dominicano de gloria más pura y el más grande entre los fundadores de la patria”.
En el año 2012 publiqué un libro titulado “Duarte, un hombre de fe y de acción”, en el cual desarrollo la tesis de que el creador de la nacionalidad dominicana fue sobre todas las cosas un gran hombre de fe y un firme seguidor en la práctica de las enseñanzas que Jesús legó a la humanidad.
En varios escenarios he afirmado que durante su estadía en la tierra Jesús nos legó cuatro grandes enseñanzas: Amar a Dios sobre todas la cosas y al prójimo como a nosotros mismos, perdonar sin importar el nivel de las ofensas, servir y entregarse enteramente por los demás y mantener la humildad como norma de vida.
Esas cuatro grandes enseñanzas de Jesús estuvieron siempre presentes en la vida de Duarte como parte de su gran espíritu cristiano y de su profunda fe. En todo momento puso a Dios como el centro de su vida y de sus acciones. Y sus grandes esfuerzos por lograr la liberación de la patria eran la prueba más elocuente de amor al prójimo.
Su profunda fe se manifiesta claramente cuando en el juramento trinitario dice que las acciones que va a desarrollar esa organización secreta en favor de la liberación de la patria, se realizan en “nombre de la santísima, augustísima e indivisible trinidad de Dios Omnipotente”. Asimismo, en ese mismo juramento establece que el lema de la nación liberada será “Dios, Patria y Libertad”, es decir que Dios está por encima de todo, por encima de la patria y de la libertad, pues todo en nuestras vidas depende de su voluntad. En todos los momentos de su vida, Duarte siempre colocó a Dios como centro, como guía y como soporte de todas sus acciones y sus proyectos.
Duarte supo perdonar a todos sus enemigos sin importar la magnitud del daño que le habían hecho. No importó quien lo traicionó o lo difamó, él siempre tuvo un corazón lleno de amor y perdón para sus semejantes. Nunca albergó odio contra quienes no sólo lo apresaron, lo maltrataron, lo exiliaron e incluso estuvieron a punto de fusilarlo. El dejó la venganza en manos de Dios, tal y como establece la Biblia en Romanos 12:9.
La capacidad de Duarte para entregarse y servir a los demás y a su patria, alcanzó niveles de antología. En dos ocasiones, en 1843 y en 1864, hizo que su familia vendiera sus bienes y posesiones para ayudar la causa independentista y la causa restauradora, respectivamente.
El espíritu de humildad de Duarte es una de las grandes virtudes de su vida. La humildad cristiana de Duarte se muestra claramente en dos hechos de magnitudes históricas. El primero fue cuando Mella lo proclamó Presidente de la República en la ciudad de Santiago, en julio de 1844. Duarte actuó conforme a sus principios de humildad y de respeto institucional. Ante esa acción justa de Mella, dijo que no lo aceptaba para evitar nuevos problemas con las demás fuerzas y líderes que habían apoyado la causa independentista.
El segundo hecho que muestra la gran humildad del Padre de la Patria sucedió cuando a su retorno al país para ponerse a las órdenes del gobierno restaurador en 1864, las tropas invasoras españolas hicieron circular un pasquín en su contra. Ante esa falacia, Duarte primero se sintió incómodo, pero su humildad cristiana lo llevó a actuar con mesura y comedimiento. Ante esa acción difamatoria de su persona y sus acciones, en vez de crear conflictos internos entres las fuerzas restauradoras, decidió salir nuevamente del país asumiendo una misión en Venezuela, que le había asignado el gobierno restaurador.
Y todo porque con humildad dijo: “Siempre fui motivo de amor entre todos los dominicanos, y jamás seré piedra de escándalo, ni manzana de discordia”. ¡Cuánta grandeza, cuánta dignidad y cuánta humildad en esas acciones del Padre de la Patria! Todo eso confirma en los hechos que Juan Pablo Duarte, el fundador y principal bujía de la independencia nacional, fue un gran hombre de fe y un seguidor en la práctica de las enseñanzas de Jesús.