El pasado domingo 19 del presente mes de agosto parecía ser un domingo corriente. Muchos regresaban de la playa y la montaña, ya que habían aprovechado el jueves que se celebraba la festividad de la Restauración para prolongar el fin de semana.
Utilicé el fin de semana del feriado para ir a Miami con mi esposa, ya que tenía trabajos pendientes de mi empresa y prefería hacerlo con un feriado en el medio para perder menos días laborables. Esperaba la salida del vuelo de las 5:55 de American Airlines, el cual estaba retrasado porque, debido al mal tiempo, el aeropuerto había cerrado las rampas.
Revisaba correos antes de abordar y le daba un vistazo al artículo que debía entregar como cada semana antes del martes. En eso recibí un mensaje de mi primo Demetrio, que me informaba que el gran amigo y médico Douglas Bournigal había fallecido, en un accidente aéreo al llegar al aeropuerto Joaquín Balaguer.
A todos los que le conocimos y apreciamos se nos paró el corazón, no era posible que Douglas, un gran ser humano y experimentado piloto, no estuviera ya más físicamente con su familia y con los miles que fuimos sus pacientes y amigos.
Calule, mi esposa, había aprovechado el atraso del avión para comprar unos chocolates a los nietos y cuando le di la noticia no pudo contener las lágrimas por el enorme dolor que le produjo.
Mi hermano Constantino, fallecido en 1995, y mi cuñado Jaime, estudiaron medicina con Douglas. En el 1991, luego de buscar afanosamente en el país las causas del padecimiento de mi esposa, mi cuñado decidió llamar a Bournigal, que trabajaba en el Hospital Cleveland, en la Florida, para que pudiera diagnosticar las causas de su enfermedad.
Con esa capacidad que siempre demostró, rápidamente determinó certeramente que ella padecía una disfunción crónica de la válvula tricúspide y que nos recomendaba ir con urgencia al Cleveland de Ohio, donde seríamos recibidos por su querido profesor Ernesto Salcedo, nombre que dio a uno de sus hijos en muestra del afecto que le profesaba.
Douglas tenía un enorme sexto sentido para diagnosticar. Su hijo Ernesto, en una visita a mi oficina, los dos reíamos porque la primera reacción de Douglas cuando uno muy preocupado lo consultaba por alguna afección era “tú no tienes nada”. Así era de humano porque sabía que tenía, antes que nada, que infundir confianza en el paciente para entonces profundizar en el diagnóstico, que sin duda sería el correcto.
Mis visitas a su consulta, luego de la parte médica, tratábamos dos temas obligados. Primero entrábamos en la política, donde coincidíamos en las preocupaciones del rumbo del país, y luego no podía quedarse el tema de la aviación, él sabía que yo era un piloto frustrado.
Douglas fue sin duda un profesor, a los médicos jóvenes les decía siempre que tenían que aprender de todo porque de lo contrario su diagnóstico no era el de ellos sino de quien analizaba la información. Fue un experimentado piloto, así como un excelente instructor.
Pero su mayor éxito fue su familia, Mari Carmen Morales y sus hijos: Ernesto, Jonathan, Nicole, Michelle y Emil.
Cumplíamos años el mismo día y muchas veces bromeábamos de que nos poníamos viejos. Al día siguiente de su accidente les comentaba a mis hijos, y algunos de mis colaboradores, que habíamos perdido a un gran médico, a un gran amigo, gran ciudadano, pero que ya quisieran todos los que dejan este mundo hacerlo disfrutando de su gran pasión y ser recordados con el afecto y el respeto con que todos recordamos a Douglas.