El país está de luto ante una tragedia indescriptible que no cesa de contar sus víctimas, pues la mayoría de nosotros no había vivido un dolor colectivo de la magnitud de este, ni tampoco de su diversidad, ya que en ese centro nocturno se encontraban no solo capitaleños sino personas de distintas partes de la geografía nacional, dominicanos ausentes que disfrutan de estas fiestas durante sus visitas al país, nacionales de otros países amantes de nuestra música, y turistas, así como artistas, empleados y contratistas que eran protagonistas y actores importantes del concierto que se celebraba para el disfrute de un variopinto público que siempre visitó Jet Set icónico lugar de diversión, desde jóvenes hasta mayores, personas de alto poder económico y de poder político y social, hasta personas de las más variadas condiciones socio económicas, retratando la esencia del dominicano, abierto, sociable y gozón.

El azar nos jugó una treta inimaginable llevándonos de la expectativa y la alegría de un esperado concierto, a un inesperado e inconmensurable dolor, y a pesar de la rápida atención de nuestras autoridades, de la dedicación invaluable de nuestros cuerpos de seguridad y emergencias, de la colaboración de instituciones públicas y privadas, de voluntarios rescatistas, de médicos y personal de salud, de periodistas dedicados a mantener informados a familiares desesperados y al país, de psicólogos tratando de ayudar a manejar la angustia y el dolor, de la asistencia de expertos extranjeros; los rescatados vivos y los traslados a centros de salud desgraciadamente son cada vez menos aunque se mantengan las esperanzas de encontrar vivos.

Como relatan los Evangelios Jesús nos alertó que debíamos estar siempre preparados y mantener las lámparas encendidas proclamando dichosos a aquellos que lo estuvieran, pero a pesar de que todos nacemos con los días contados, vivimos aferrados a la esperanza de que la vida sea tan larga como la salud y los avances de la ciencia nos lo permitan, y nadie está preparado para el aciago momento de quiebre del ciclo natural de la vida de que padres tengan que despedir a sus hijos.

Es tanto el dolor por los muchos hijos que quedan sin sus madres, sin sus padres, o todavía más triste los que perdieron a ambos y quedan sumidos en la orfandad, incluso a temprana edad, y desgarra conocer tantas historias de padecimiento detrás de cada uno de los fallecidos o desaparecidos que disfrutando junto a amigos y familiares se encontraron con la muerte, algunos fuera de su tierra y lejos de sus familias, y nos llena de impotencia saber que nada podemos hacer para echar atrás el tiempo y tratar de impedir que sucediera.

Muchos de nosotros tenemos lazos de familiaridad o amistad con algunas de las víctimas, o con sus deudos, y nuestras mentes no cesan de proyectar repetidamente sus imágenes, y de pensar en el sufrimiento, la angustia y la desesperación de tantos, los que ya deben enterrar los cuerpos de sus seres amados en medio del dolor, llanto e incesantes porqués, y los que aún viven la angustia de buscarlos.

La implacable Parca se llevó preciadas vidas inundándonos de tristeza, algunos tuvieron la dicha de verla pasar de largo porque por alguna razón decidieron no acudir a la cita, o pudieron salir ilesos o con vida, y desgraciadamente muchos no tuvieron la oportunidad de dar todo lo que esperábamos de ellos, y de llevar a cabo todo lo que soñaban hacer, pero la brevedad de su paso en esta tierra será un testimonio de amor, y por eso rindo tributo a todas las víctimas a través de dos seres especiales que tuve el privilegio de querer y que unieron sus almas fusionando la fortaleza de los Grullón con la hidalguía de los Estrella, que celebrando junto a sus hermanos la vida de uno de ellos, perdieron la terrenal, pero ganaron la eternidad.

Con los ojos anegados de lágrimas y el corazón partido elevo una plegaria al Todopoderoso para que el inmenso dolor que embarga a tantas familias, el insuperable vacío que dejan todas las víctimas, y el torrente de cuestionamientos que ponen en jaque la aceptación, tenga el sentido de hacernos entender la levedad de este paso por la tierra, la necesidad de ser mejores personas viviendo cada día en paz con nuestras conciencias, el verdadero sentido del valor de las cosas para no perder lo esencial en busca de lo material, y haga que cada uno de nosotros acoja una causa de esta tragedia para tratar de aliviar el dolor de los deudos, para mantener vivo el recuerdo de las víctimas, y para luchar porque nunca más tengamos que lamentar algo así.

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