Muy recientemente, ante la amenaza de Estados Unidos de imponer aranceles, el gobierno de México dio un giro drástico en su política migratoria. Aceptó sin chistar las exigencias de la Casa Blanca de contener la inmigración centroamericana hacia Estados Unidos que pasa por su territorio. A pesar de que la responsabilidad de administrar los procesos migratorios recae sobre el país de destino, en este caso Estados Unidos, el gobierno de ese país amenazó y exigió al mexicano que éste hiciera el trabajo.
Aunque hay quienes califican el giro como innecesariamente vergonzoso y humillante y argumentan que había espacio para adoptar una postura más digna, la realidad es que la vulnerabilidad y el grado de dependencia de México respecto a Estados Unidos es enorme y el espacio que tiene para hacer frente a las presiones y las amenazas del gobierno estadounidense es muy estrecho. Para México, Estados Unidos es abrumadoramente importante, mientras que, para Estados Unidos, México lo es muchísimo menos.
Vulnerabilidad extrema
En efecto, entre el 75% y el 80% del total de las exportaciones de México se destina al mercado estadounidense. Hay que decir que esto ha sido así desde antes de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA por sus siglas en inglés) en 1994. Sin embargo, el NAFTA contribuyó a incrementar y a profundizar la dependencia. Elevó la concentración, en algunos años por encima del 80%, pero además sirvió de marco para estructurar cadenas productivas entre los dos países que hizo que esas actividades a ambos lados de la frontera fueran codependientes. El caso más destacado es el de la fabricación de automóviles y sus partes.
En contraste, las exportaciones mexicanas a Estados Unidos sólo representan el 13% de las importaciones estadounidenses. De esta manera, mientras para México, Estados Unidos es indispensable, para Estados Unidos, México no lo es. No es que México no tenga peso, pero lo tiene para actividades específicas como la de fabricación de automóviles y sus partes. Por ello, la importancia es muchísimo menor cuando se piensa en el conjunto de la economía estadounidense, y hace que los sectores con intereses en México sean influyentes pero no determinantes. La situación le da a Estados Unidos un inmenso poder sobre México y le otorga una gran capacidad de presión para obtener lo que quiera.
Vale indicar que el caso de China es distinto y por eso, como está siendo evidente, cualquier presión por parte de Estados Unidos puede ser resistida. Del total de las exportaciones chinas, menos del 20% se dirige a Estados Unidos. Esto es apenas un cuarto de lo que representan para México. A su vez, éstas representan el 22% del total de las importaciones estadounidenses, casi el doble de lo representan las de México. De esta forma, la imposición de cargas que las encarezcan tiene mucho más efecto en Estados Unidos de lo que tendría la imposición sobre mercancías mexicanas.
Centroamérica y la República Dominicana
Pero el de México no es el único caso de altas vulnerabilidad y dependencia frente a Estados Unidos. Aunque con menor intensidad, los países de Centroamérica y la República Dominicana viven una situación similar. En promedio, cerca del 45% de todas las exportaciones de bienes de la región va a Estados Unidos. Aunque es menor que en México, es un porcentaje elevado considerando que, distinto de México, no comparten fronteras terrestres con Estados Unidos, que en varios las exportaciones de productos tradicionales a mercados tradicionales como Europa son todavía importantes, y que ninguno tiene una integración productiva con Estados Unidos tan profunda como México. República Dominicana y Nicaragua son los dos países con mayores porcentajes, ambos por encima de 50%.
En adición al comercio de bienes, en algunos países como Costa Rica y la República Dominicana, una elevada proporción de turistas proviene de Estados Unidos, y en todos menos en Costa Rica, las remesas familiares, en abrumadora mayoría de residentes en Norteamérica, aportan una significativa parte de los ingresos de divisas.
En 2018 la República Dominicana exportó a Estados Unidos algo menos de 6 mil millones de dólares. Esto fue equivalente a un 53% del total que ascendió a casi 11 mil millones de dólares. Además, en ese mismo año, el 35% del total de arribos de turistas por vía aérea fue de estadounidenses o residentes no dominicanos en ese país. Esto podría suponer ingresos de divisas por casi 3 mil millones de dólares.
Por otra parte, las remesas familiares que se originaron en Estados Unidos en 2018 ascendieron a unos 5 mil millones de dólares. Esto equivale al 77% de los 6,500 millones de dólares que ingresan a la economía dominicana por ese concepto.
De esa forma, del total de ingresos corrientes de Balanza de Pagos de la economía dominicana, el 55% se origina en Estados Unidos. Encima de eso, ese país ocupa el primer lugar por origen de la inversión extranjera directa y, aunque hay otras disponibles, el acceso a los mercados de capitales para el financiamiento del sector público se realiza a través de las plazas financieras estadounidenses y usualmente mediante bonos denominados en dólares. En promedio entre 2010 y 2018, la inversión desde allí alcanzó más de 520 millones por año, lo que fue equivalente al 20% de la inversión extranjera directa total, y del total de la deuda que contrae el gobierno, la mitad es financiada con bonos globales colocados en el mercado estadounidense.
Lo de México como advertencia
El reciente episodio entre Estados Unidos y México debe ser un llamado de atención respecto a nuestras propias vulnerabilidad y dependencia, y sobre la estrechez de nuestros espacios. Esto es particularmente relevante en un contexto caracterizado por al menos tres elementos. Primero, una administración estadounidense que no repara en acosar, intimidar, avasallar y hacer un uso abusivo de su poder.
Segundo, la emergencia de China como un actor económico y político global, con una postura internacional cada vez más afirmativa, y que está descollando como un rival potencial de Estados Unidos. La tensión que se está generando entre esos dos gigantes amenaza a los países pequeños como la República Dominicana con no poder aprovechar plenamente el potencial de las relaciones con China ni preservar la necesaria neutralidad.
Tercero, la ausencia de un bloque o de alianzas regionales que puedan servir de escudo frente un Estados Unidos beligerante antes que dialogante. El signo de los últimos tiempos ha sido la fractura regional a raíz de los cambios políticos en muchos países de la región, lo cual se suma a la distancia histórica que ha separado al país de los bloques subregionales como la CARICOM y Centroamérica, y las debilidades mismas de ellos.
La diversificación
Es obvio que, para reducir la vulnerabilidad y la probabilidad de avasallamiento frente a políticas comerciales, migratorias o de otro tipo, o frente a posturas en las relaciones internacionales que incomoden en Washington, es imprescindible la diversificación en el comercio, las inversiones y el financiamiento.
Es cierto que para una economía tan pequeña como la dominicana, las potencialidades de diversificación y de reducción del peso de las relaciones económicas con una economía tan grande y cercana como la de Estados Unidos son limitadas. Con frecuencia, la literatura económica utiliza la figura de “fuerza gravitacional” para referirse a esa enorme fuerza de atracción que genera una economía grande sobre una pequeña cercana. Desde ese punto de vista, la concentración y la dependencia son naturales.
No obstante, eso no significa que estamos condenados a la dependencia y la vulnerabilidad. De hecho, estamos obligados a la continua búsqueda de mayor autonomía y espacios más amplios, a fin lograr más libertad para aprovechar oportunidades, al tiempo que se aprovechan las que ofrece la propia relación con Estados Unidos.
En el ámbito del comercio, la diversificación pasa necesariamente por asumir de forma decidida tres retos. Primero, incrementar la productividad y la competitividad de los sectores productivos, en especial aquellos con potencial exportador. Eso implica impulsar políticas de desarrollo productivo a la medida y políticas generales que liberen a las empresas de cargas innecesarias sin desmedro de trabajadores ni del fisco. Para exportar a más países, lo primero que hay que hacer es contar con productos y servicios exportables, lo que supone precios competitivos y mayor calidad.
Segundo, promover de forma más decidida y efectiva las exportaciones. Eso implica explorar, ayudar y acompañar a las empresas a encontrar nuevos mercados y socios, y proveerles de información útil. Por décadas este servicio público ha sido muy débil y no ha hecho la diferencia.
Tercero, abrir nuevos mercados. Algunos de ellos requerirán nuevos acuerdos comerciales, en especial con países de ingreso medio con mercados grandes, porque los de la mayoría de los países ricos ya están abiertos. Sabemos que hay animadversión frente a esto porque la experiencia con los TLC no ha sido buena.
La clave está en negociar acuerdos inteligentes y provechosos, conocer a los potenciales perdedores y ganadores, diseñar mecanismos de compensación, y atreverse y asumir los riesgos que implica orientarse con más fuerza hacia el exterior.
Seguir sin estrategia frente a los riesgos de la extrema vulnerabilidad y dependencia no es una opción.