Hay gente que cree que la diplomacia es solo una carrera, un oficio -especializado- o no sé qué, pero se obvia que más que otra cosa es la técnica y el arte que facilita a la política exterior de cada Estado la obtención de los objetivos de esa política, cuyo principio o fin, por excelencia, es la negociación y unos intereses, lo cual la diferencia de otros medios, sin dejar de ser políticos, de acción exterior, como puede ser en uso de la fuerza. No obstante, en el fondo, la diplomacia es una suerte de buscar el punto medio para procurar que las partes involucradas; aunque contrapuestas, no crean o perciban que salieron perdiendo en un determinado impasse, conflicto o negociación. Y lograr eso, más que todo, es un arte.

Pero también la diplomacia es decir las cosas con el tacto, la elegancia e inteligencia, pero ser firme y sin titubeos, pues no olvidemos que detrás de ella está una categoría histórica y de país: un Estado y sus intereses nacionales o geopolíticos estratégicos.

De manera que cuando se quiere reconocer o premiar una trayectoria en el mundo de la diplomacia, no se puede solo mirar ese recorrido profesional o la fase final de una carrera, pues si no se toman en cuenta otros valores, momentos o aportes de irrebatible trascendencia como que el gesto queda corto e injusto de alguna forma

Por todo ello, me sorprendió el hecho de que hace poco el Mirex hizo un reconocimiento a varios embajadores bajo el lema -merecido- trayectoria, mérito o antigüedad, fueron obviados al menos dos embajadores que, en mi humilde opinión, merecían haber sido incluido, me refiero a dos diplomáticos en toda la extensión de la palabra de merecido reconocimiento nacional e internacional: Manuel Morales Lama y Aníbal de Castro (y por referencia de justicia, un tercero, Alejandro Vicini).

El primero, por su persistente ejercicio de la carrera diplomática, validada por el MAP y aporte académico como tratadista, docente, consultor internacional y exrector del Inesdyc, de amplio reconocimiento por sus aportes con obras de valía que ya han sido publicadas, traducidas (o en curso de ello) y premiadas en varios países e idiomas -portugués, inglés, chino, y árabe-. Sin duda, un referente bibliográfico más que regional.

El segundo es un diplomático y periodista dotado de una recia formación, de una gerencia efectiva y de un don especial y cortés para asumir, sin rodeos niambages, una posición-país con firmeza determinante y templanza inquebrantable -como demostró en la defensa de la sentencia 168-13, y, al mismo tiempo, las provisiones humanitarias de la Ley 169-14. Esa defensa-país (que otro embajador -Pedro Vergés- también redimensiona en la OEA), en medio de una encerrona o campaña internacional contra nuestra soberanía, quedó grabada en aquella memorable entrevista -Univisión-Jorge Ramos- donde diplomacia y periodismo doble se dieron la mano y el nuestro no se dejó acorralar como otros.

El tercero es un diplomático de dilatada y fructífera trayectoria en la carrera y en la docencia, con consistentes reconocimientos.

En fin, cuando se va a reconocer o premiar trayectoria o unos méritos -no importa para qué fin-, también los grandes momentos, la sagacidad, los aportes y las excepciones, entran, ¿o no?, “honrar honra”.

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