Día del Corrector de Textos
Día del Corrector de Textos

Hoy se celebra el Día del Corrector de Textos, una conmemoración que surge por iniciativa de la Fundación Litterae, y porque es también el natalicio de Erasmo de Rotterdam, un filósofo, teólogo y humanista que nació en esa ciudad holandesa en 1466 y dedicó la mayor parte de su vida a la traducción y corrección de textos en latín, que reducía a un lenguaje fácil y muy sencillo.

El corrector de estilo es la persona que se encarga de revisar los textos que saldrán impresos al día siguiente, el que reemplaza los términos incorrectos, salva errores de ortografía y torna accesibles para los lectores cada texto del periódico.

No existe un título universitario de “corrector”, en cambio se exige que esa persona tenga un amplio dominio del español, nociones generales de casi todas las disciplinas, que conozca sinónimos, antónimos, adverbios, sustantivos y sepa al dedillo las conjugaciones verbales.

Pero además se descuenta que debe conocer gentilicios y nombres de capitales de cualquier país, nombres de escritores y de actores y cantantes de cualquier época, en suma, que sea una “enciclopedia con patas”, pero también se le reclama rapidez, por la urgencia de las horas de cierre de cada sección del periódico.

El corrector es el responsable de todos los errores que aparezcan impresos, y no tiene la más mínima excusa ante la aparición de esos gazapos, lo que lo convierte en alguien muy parecido al portero en el fútbol, de cuyo nombre, y a veces del de su madre, hermanas y casi todo el árbol genealógico, se acuerdan cada vez que le meten un gol.

Tampoco existen premios ni reconocimientos para los correctores, condenados de antemano a ser “la cenicienta” de todas las redacciones, a recibir casi siempre los boches de los jefes de redacción y de los directores, y hasta de los periodistas “estrella” que son los que sí ganan distinciones por sus trabajos.

Don Aledo Luis Meloni, quien fuera mi jefe en la sección de correctores del Diario Norte, donde desempeñé esa tarea durante diez años en la lejana ciudad de Resistencia en la Argentina, era un poeta de la sencillez que escribió este poema, un poco en sorna porque el director de aquel periódico solía suspender por un día sin goce de sueldo al corrector que se equivocara.

Su título es Plegaria del corrector. “Señor, mi oficio no es bueno/ pues busco obstinado y frío/ la paja en el ojo ajeno/ y no la viga en el mío…/ Señor, mi oficio no es justo/ y su injusticia sorprende:/ si no perdono me pagan/ y si perdono me suspenden./ Y aunque no es justo ni es bueno/ el oficio que me has dado,/ Señor, lo ejerzo con gusto/ y en el gusto está el pecado”.

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