“A Estados Unidos le tomó 193 años acumular su primer trillón de dólares de deuda federal. Añadiremos ese mismo monto solo en el actual año fiscal.” Así nos introduce James Grant en su artículo “Tiempo para Preocuparse” publicado en The Weekly Standard el pasado 30 de octubre.
Más que preocuparnos por el nivel de la deuda pública en el mundo, deberíamos ocuparnos de investigar la naturaleza y las causas de la deuda de las naciones. En el análisis que sigue a continuación, definimos deuda pública como la deuda gubernamental neta una vez que se deduce a la deuda bruta los activos financieros del Estado, entre los cuales se incluyen las tenencias de oro, derechos especiales de giro, reservas de divisas, depósitos gubernamentales, bonos, y otros instrumentos financieros que conformen la cartera de activos financieros del Estado. Esa es la definición utilizada por el FMI y la OECD.
Cuando observamos la magnitud de la deuda pública en la geografía mundial, sale a relucir que la dimensión de esta es mayor en los países con democracias liberales. Grecia con 200% del PIB en el 2018, lidera el concierto de las naciones democráticas significativamente endeudadas. Le siguen Japón con 156%, Italia 118%, Portugal 108%, Bélgica 88%, Francia 87%, España 84%, Gran Bretaña 78%, Estados Unidos 78%, Finlandia 60%, Israel 59%, Irlanda 57%, India 54%, Austria 51%, Holanda 43% y Alemania 42%.
Cuando echamos una mirada a la deuda pública en países que tienen o han tenido regímenes autoritarios o democracias “iliberales” y que han impuesto reformas económicas de mercado y ejecutado reformas fiscales generadoras de niveles razonables de recaudaciones tributarias, la magnitud de la deuda pública es mucho más reducida. El caso de Singapur es sin lugar a dudas un “outlier”. La deuda pública neta es negativa en 121% del PIB. El Gobierno opera generalmente con superávit y no necesita emitir deuda para financiar el inexistente déficit fiscal. El gobierno de ese país emite títulos de deuda pública para promover el desarrollo del mercado de capitales y proveer un vehículo de inversión al esquema de ahorro obligatorio del sistema de pensiones. Singapur tiene una deuda bruta es de 112% del PIB. Sin embargo, dado que los activos financieros alcanzan 233% del PIB, la deuda gubernamental neta es de -121% del PIB. Chile, que durante 16 años operó bajo un régimen autoritario que impulsó reformas de mercado y ejecutó reformas fiscales que derivaron en un aumento de la recaudación, cerró el 2018 con una deuda pública de 5.8% del PIB. Le sigue el Perú amoldado por la democracia iliberal de mercado de Fujimori, con 10.8%; Rusia con 15.3%, Indonesia 26.1%; Vietnam 30%; y Taiwán 32.5%.
En este grupo aparece también China, con una deuda pública neta que oscila entre 15.1% y 49.4% del PIB, dependiendo de las partidas que se incluyan en la misma. Pero aun tomando el nivel máximo de 49.5% del PIB, la deuda pública neta de China queda muy por debajo del promedio de los países con democracias liberales. Lo anterior a pesar de que mientras los gobiernos de los países de la OECD han estado invirtieron en infraestructura un promedio de 3% del PIB en los últimos 20 años, el de China ha estado invirtiendo entre 7% y 8%, casi 10% cuando se incluyen los proyectos de infraestructura ejecutados bajo alianzas público-privada.
Alguien podría concluir que con este análisis estaríamos sugiriendo que para reducir la deuda pública sería necesario cambiar las democracias liberales por regímenes autoritarios de mercado y comprometidos con finanzas públicas equilibradas. La conclusión es incorrecta. El mensaje que queremos transmitir es menos ambicioso: la democracia parece exhibir más debilidades de las que inicialmente previó Churchill cuando la señaló como “la peor forma de gobierno si se exceptúan las demás que se han ensayado”. La debilidad adicional que hemos sacado a relucir, parecería tener su origen en el ADN de este modelo de gobernanza política, específicamente en el cromosoma G-NISEX-E-CL.
La realidad es que cada día resulta más cuesta arriba mantener finanzas públicas equilibradas en sociedades gobernadas por democracias liberales donde (G) la población exige cada vez más acción (gasto) del Estado para abordar las interminables carencias que afectan a la gente y a economías que aspiran a ser cada día más competitivas para incursionar exitosamente en el mercado global; (NISEX) los hogares y las empresas rechazan pagar más impuestos y reclaman más exenciones; (E) la evasión y la elusión fiscal no son percibidas como amorales o ilícitas pues una gran parte de la población y los empresarios la encajan perfectamente en sus patrones éticos: evadiendo el impuesto que deberían tributar, según ellos, evitan que los tributos terminen en los bolsillos de la corrupción y el despilfarro; y (CL) la posibilidad de triunfo de un candidato o partido político que no abracen el clientelismo converge al resultado de dividir el número de candidatos entre infinito. En una democracia, el Gobierno que ose ignorar la realidad genética del modelo, podría terminar pagando costos políticos considerables, más en estos tiempos donde las redes sociales han abierto el mercado de opinión, sin ningún filtro, a la ignorancia.
Es por eso que los gobiernos de países con democracias liberales tienden recurrir más intensamente al endeudamiento público que aquellos donde las políticas públicas emanan de un régimen autoritario de partido único que garantiza el orden y la disciplina, sin temer a las inexistentes NGO defensoras de los derechos humanos. Todo el mundo vio como miles de franceses, disfrazados con chalecos amarillos, quemaron carros, destruyeron propiedades y asaltaron tiendas en París y otras ciudades, como protesta al anuncio del Gobierno democrático de Macron de la entrada en vigencia del aumento el impuesto sobre el diésel y la gasolina que tendría lugar esta semana en toda Francia, medida que perseguía moderar el consumo de combustibles y acercar a Francia al cumplimiento de las metas de emisiones asumidas en el Acuerdo de París. La protesta estuvo a punto de llevarse a Macron y a su gobierno. Nadie en el mundo, sin embargo, se enteró que hace precisamente un año el Gobierno de Xi Jinping decretó el establecimiento y cobro de un impuesto para penalizar a las empresas que generan emisiones de gases de efecto invernadero, con el objetivo de moderar las emisiones. A pesar de que el impuesto extraería recursos por US$7,680 millones, no se vieron chalecos de ningún color quemando carros o asaltando tiendas en Shanghái o Pekín.
¿Qué es lo que a todos más nos gusta de nuestras democracias liberales? Los candidatos que nos invitan a fiestas orquestadas por promesas populistas excitantes. Las promesas de Mahathir Mohamad en la campaña electoral del 2018 en Malasia, eran música para los oídos de los malayos. El candidato de 93 años prometió eliminar el impuesto de 6% sobre bienes y servicios (GST) y establecer un subsidio al consumo de la gasolina, a pesar de que el déficit público era de 5% del PIB y la deuda del gobierno general ascendía a 54% del PIB, medidas que profundizarían la crisis fiscal. La eliminación del GST generaría una pérdida de ingresos fiscales de 3.5% del PIB. Mahatir ganó con el 48% de los votos. ¡Viva la Malasia! El nuevo Primer Ministro eliminó, a partir del 1ro. de junio, el GST de 6%.
Bajo el modelo de democracia liberal que los occidentales preferimos parecería no haber mejor opción que la de continuar endeudándonos. ¿Cuándo sabremos que hemos llegado a la capacidad máxima de endeudamiento público? El día que los acreedores apaguen la música y nos comuniquen que se acabó el financiamiento que se daba para cubrir déficit fiscales y hacer el “rolover” de los vencimientos. En ese momento, un ajuste descomunal tocaría nuestras puertas y muchos clamarían por un gobierno fuerte y autoritario, capaz de imponer las medidas, garantizar el orden en las calles y proteger las riquezas y los capitales de los hogares y las empresas.