Engavetemos la pasión por un momento y tratemos de observar, con objetividad, la data sobre el marco institucional que prevalece en el mundo para la práctica del aborto. En 67 países, que representan el 57% de la población mundial, el aborto está permitido por razones económicas o a solicitud de la mujer. En 73 países, con el 21% de la población mundial, está permitido para cuidar la salud o salvar la vida de la mujer. En 43 países, que representan el 19% de la población mundial, el aborto está permitido en caso de violación, incesto o para preservar la salud de la mujer, el denominado aborto en tres causales. Como se observa, en 183 de los 200 países del mundo, que abarcan el 97% de la población mundial, el aborto está permitido dentro de rangos limitados en algunos casos y amplios en otros.
En 17 países del mundo, que representan el 3% de la población mundial, el aborto está prohibido. Tal es el caso de Andorra, República del Congo, República Dominicana, El Salvador, Gabón, Haití, Honduras, Jamaica, Madagascar, Malta, Nicaragua, Palaos, Filipinas, San Marino, Sierra Leone, Surinam, y Cisjordania y Gaza. En el caso de Andorra, Haití, Filipinas y San Marino, aunque el Código Penal lo prohíbe, deja abierta la rendija del principio de necesidad que permitiría justificarlo si es para salvar la vida de la madre: “no debe imponerse ninguna sanción al autor de un delito que haya tenido que cometer por la necesidad de protegerse a sí mismo o a un tercero, y en el que no tenga nada que ver con su ocurrencia”.
Debemos resaltar que el ingreso promedio y, por tanto, el nivel de desarrollo de los países, parecería estar asociado con el marco institucional que regula la práctica del aborto. El grupo de países en los cuáles el aborto está permitido por razones económicas o por solicitud de la mujer, exhibe el mayor ingreso promedio anual por habitante (US$15,114), seguido por el grupo de países en los cuáles se permite el aborto en tres causales (US$8,271), y el grupo donde solo se permite para cuidar la salud o salvar la vida de la mujer (US$4,864). En aquellos países donde el aborto está prohibido, sin excepciones, el nivel de ingreso promedio por habitante es el más bajo (US$3,060). República Dominicana pertenece a este grupo de países, a pesar de que su ingreso promedio por habitante en el 2019 ascendió a US$8,583, el nivel exhibido por el grupo de países donde el aborto está permitido en el caso de violación, incesto o para preservar la vida de la mujer.
Otra variable que resulta interesante auscultar es la potencial incidencia que la religión predominante, en cada grupo de países, pudiese tener en el marco institucional que regula la práctica del aborto. Académicos que han analizado la incidencia de la religión predominante en América Latina en los códigos que penalizan y las leyes que regulan el aborto en la región, han sugerido que las iglesias, en algunos países de la región donde estas prestaron un servicio fundamental en la defensa de los derechos humanos violados en período de recias dictaduras y sangrientos regímenes militares, luego pasaron una factura moral a los gobiernos democráticos por el servicio prestado, contentiva de una única demanda: la facultad tutelar a la nación en materia de sexualidad, sobre todo, en el caso del aborto.
Otros se han adentrado en el análisis de la influencia de las iglesias en los períodos electorales. La capacidad de motivar al electorado religioso ha sido un instrumento bastante efectivo utilizado por algunas iglesias en la región para extraer compromisos de los aspirantes a los Poderes Ejecutivo y Legislativo cónsones con la agenda particular que las iglesias tienen sobre la sexualidad y el aborto. Mientras mayor sea el electorado religioso y menor el nivel educativo de los votantes, mayor será la apertura de la clase política a escuchar, tomar nota y firmar los compromisos que les dicten las iglesias.
Algunos han ido más lejos cuando plantean que las iglesias, adaptándose a las nuevas formas de organización social que han surgido en todos los ámbitos para erosionar las cuotas de poder de los partidos políticos, han reconocido la imperiosa necesidad de incursionar en lo que algunos denominan la “ONGización” de la religión. Es así como han surgido muchas ONG confesionales, producto de una estrategia efectiva, inteligente y bien diseñada, creadas para defender las agendas sexuales restrictivas que emanan de las respectivas iglesias. Dado que en muchos países las iglesias son puentes de acceso al poder político y estandartes para la defensa de privilegios de grupos económicos, recursos no han faltado a las ONG confesionales para ejecutar grandes movilizaciones en parques, avenidas y calles, donde enarbolan las posiciones anti-aborto y pro-vida.
La estrategia adquiere una dimensión mayor, señalan otros analistas, cuando se observa el creciente número de casos de judicialización ejecutados por abogados identificados con el pensamiento religioso conservador en materia de sexualidad y aborto, algunos de los cuales han tratado de tipificar el aborto como un atentado contra el derecho humano a la vida, similar a los crímenes de lesa humanidad que han tenido lugar en algunos países de la región cuando fueron regidos por dictaduras y regímenes militares. El llamado secularismo estratégico se completa con la creciente irrupción de actores del campo biomédico, con el claro mandato de dar un soporte genético a la posición de oposición al aborto.
¿Qué revela la data en este ámbito? Que, a pesar de la estrategia desplegada por las iglesias, especialmente la católica, la prédica que postula “la rigidez absoluta o qué entre el mar”, ha ido perdiendo terreno en el mundo. La aprobación en 2017 de la ley que despenalizó el aborto en tres causales en Chile, y su posterior debate y fallo ante el Tribunal Constitucional, durante el Gobierno de Michelle Bachelet, muestra que aún en países donde el poder de la Iglesia Católica es considerable, es posible moverse a estadios más flexibles y progresistas.
La evidencia no deja espacio a la duda. En los 72 países del mundo donde el catolicismo es la religión predominante, sólo en 12 el aborto está prohibido. En 22 se permite para cuidar la salud o salvar la vida de la mujer, en 20 por razones económicas o por solicitud de la mujer y en 18 por violación, incesto o para preservar la salud de la mujer.
En los 53 países donde las iglesias cristianas (excluyendo la católica) predominan, 23 permiten el aborto por razones económicas o por solicitud de la mujer, 18 para cuidar la salud o preservar la vida de la mujer y 9 en el caso del aborto por tres causales. En 3 países está prohibido.
En el caso de los 51 países donde el islam es la religión predominante, 30 permiten el aborto para cuidar la salud o preservar la vida de la mujer, 10 lo permiten por razones económicas o por solicitud de la mujer, y 9 por violación, incesto o para preservar la salud de la mujer.
Sólo en 2 países está totalmente prohibido. En los 9 países donde predomina el budismo, 5 lo permiten por razones económicas o por solicitud de la mujer, 2 por violación, incesto o para preservar la salud de la mujer, y 2 para cuidar la salud o preservar la vida de la mujer. Ninguno lo prohíbe. Tampoco lo prohíben India y Nepal, las geografías donde predomina el hinduismo, la tercera religión con más fieles en el mundo; por razones económicas y por solicitud de la mujer, el aborto está permitido.
En América Latina y el Caribe, 27 países permiten el aborto, la mayoría con restricciones y una minoría de 4 por razones económicas o por solicitud de la mujer. A pesar de la fuerte incidencia que tiene la Iglesia Católica en la región, sólo 7 países, no permiten el aborto: El Salvador, Haití, Honduras, Jamaica, Nicaragua, Surinam y República Dominicana.
Creo que debo abrir la gaveta. Estoy ingresando a un territorio donde la pasión posiblemente reclamará su cuota. Para alguien que es hijo de quien fuese el fundador y primer presidente del Movimiento de Cursillos de Cristiandad en la República Dominicana, opinar sobre un tema que despierta tantas pasiones y controversias, podría ser calificado como sacrilegio. Conociendo a mi padre, estoy seguro que no me perdonaría que hiciera del silencio irresponsable mi opción preferencial. Consciente del riesgo que asumo, trataré de abordarlo con el mayor respeto posible.
La posición rígida de cero-tolerancia a la mujer de ejercer libremente el derecho a la maternidad cuando ella lo desee, aún en los casos de violación, incesto o para preservar su propia vida, tiene los días contados. La Iglesia Católica, con misericordia, ternura, bondad, mansedumbre, y humildad, debe poner el oído en el corazón de la…mujer. Un sacerdote nunca tendrá que contemplar la dramática escena de una hija que se debate entre poner fin o continuar un embarazo fruto de una violación, incesto o para preservar su vida. Ese privilegio, sin embargo, no lo tienen los laicos. ¿Resultado? A pesar de la prohibición, como sucedió con la ley seca que existió en EE. UU. entre 1920 y 1933, y la actual prohibición del consumo de drogas ilícitas, “nature finds its ways”. Miles de mujeres, año tras año, ejercen su derecho a la maternidad en libertad, a pesar de la prohibición impuesta por el Estado en sus códigos y la condena preanunciada por los rígidos seguidores de la Ley del Señor. Eso es lo que sucede a diario en los 17 países donde la prohibición se mantiene. El resto de la geografía mundial, como hemos podido ver, se ha ido inclinando a dar más ponderación a los derechos humanos de la igualdad y la libertad que deben prevalecer por encima de toda creencia religiosa.
¿Puede creer alguien que cuando una mujer toma la decisión de poner fin a un embarazo, lo hace con el marcado propósito de negar a Dios? ¿Acaso a alguien le puede caber en la cabeza que una mujer embarazada debido a una violación o un incesto, puede pensar que ese era el tipo de procreación que Dios había seleccionado para ella? Si ese es el Dios que los católicos deseamos mercadear, “we have a problem”. Démosle a la mujer libertad de escoger; la misma que de seguro, una Iglesia dirigida y controlada de arriba abajo por hombres, habría dado al hombre si Dios nos hubiese jugado la chanza de endosarnos el embarazo.
No hay que desesperarse y juzgar apresuradamente en la tierra lo que el más justo de los jueces hará en el cielo. En el Día del Juicio Final, Dios terminará juzgándonos a todos. Si la mujer que ha decidido abortar está violando una “Ley del Señor” cuando pone fin a un embarazo producto de una violación o incesto, Dios emitirá su fallo. Lo mismo hará con el sacerdote que ha practicado la pederastia, inducido quizás por las desviaciones que produce el rígido celibato que impone la Iglesia Católica.
Nuestros obispos y sacerdotes deberían asimilar el mensaje del Papa Francisco, el 24 de octubre del 2016, cuando afirmó que “detrás de la rigidez siempre hay algo oculto, en muchos casos, una doble vida, pero también hay algo de enfermedad.” Explicó que Jesús acusó al jefe de la Sinagoga de ser hipócrita, una palabra que “les repite muchas veces a los rígidos y a aquellos que tienen una actitud de rigidez en el cumplimiento de la ley” y “son esclavos de la Ley”. No creo que, en el caso nuestro, haya algo oculto. Lo que sí parece existir es el temor a las reformas que debería realizar la Iglesia católica a reglas y posiciones que no constituyen dogmas de fe, como el celibato y la rigidez absoluta frente al aborto. La primera solo ha servido para alejar del sacerdocio a potenciales candidatos con capacidad para transmitir con efectividad y lucidez el mensaje de salvación, y para atraer al seminario a jóvenes poco calificados y proclives al desahogo de sus naturales necesidades sexuales por vías que Dios, pensamos nosotros, nunca aprobaría. Y la segunda, para continuar reduciendo el atractivo del catolicismo ante su conflicto absurdo y permanente con la realidad de hoy. No es posible que la rigidez lleve a algunos a justificar como mandato divino los millones de muertes de vivos provocadas por las Cruzadas, la Inquisición y el Descubrimiento y condenar, a la Galileo, a una mujer que opta libremente por terminar un embarazo no deseado por ser el producto de una violación, incesto o porque ponga en riesgo su vida. Ese exceso de rigidez, como sucede con todos los excesos, le ha hecho daño a la Iglesia Católica. Es tiempo de que ceda el paso a posiciones más humanas, sensatas y flexibles.
Nuestra clase política debe sacudirse y poner los oídos en el corazón de la mujer dominicana. Debe engavetar la hipocresía de oponerse en el Congreso a la despenalización del aborto en tres causales mientras obliga a la mujer dominicana a recurrir a la informalidad para ejercer su derecho a la libertad y la igualdad. A la Iglesia Católica, el Estado dominicano le ha dado y le seguirá dando mucho. En Hacienda, alguien podría hacer la cuenta y preparar la factura de privilegios ofrecidos que podría inducir un poco de flexibilidad. Es tiempo que, en el caso de la mujer, pasemos de los slogans y discursos de campaña, a la acción. ¿O es que, al igual que Chile, tendremos que esperar que una mujer llegue a la Presidencia?