Es un reto para las personas que trabajamos en los medios de comunicación lograr que una entrevista aporte informaciones novedosas y sea realmente interesante. Lo más común es acomodarse en hacer preguntas de rutina que parecen sacadas de un guion, como “cuáles son sus planes” o “cuáles son sus expectativas”, y a su vez estas preguntas reciben respuestas prefabricadas y tan ensayadas que los invitados, que casi siempre son los mismos que repiten habitualmente, tienen décadas sin algo nuevo que decir.
Por otro lado, hay errores que desnaturalizan el propósito de una entrevista pero que se cometen con tanta frecuencia que en muchos casos se han convertido en normas. Por ejemplo, aunque se supone que la finalidad de entrevistar es obtener respuestas e información por parte del entrevistado, son demasiados los entrevistadores que utilizan el momento de la pregunta para “demostrar que saben” y hacen largos monólogos que no solo distraen al interlocutor y lo divorcian de la pregunta inicial, sino que, aburren al público.
Otro ejemplo es el entrevistador que hace la pregunta, acto seguido la responde él mismo, y al final del discurso no le queda más alternativa al invitado que decir “así es” o “muy buena tu pregunta”, como muletilla idónea para tratar de salir de una situación incómoda.
También están los comunicadores que pretenden competir con sus compañeros de labores por “tiempo en cámara” y cuya prioridad por ende es hablar mucho, aunque tenga poca relevancia y hasta en ocasiones no tenga sentido lo que dicen.
Están los que utilizan palabras rebuscadas que confunden al invitado y al auditorio con el objetivo de parecer intelectuales, los que hablan en parábolas para parecer misteriosos y profundos, los que intentan inducir respuestas y se molestan si no obtienen las que quieren, los que predican imparcialidad pero la opacan con intolerancia, los que no tienen idea de quién es el invitado y por ende hacen preguntas desconcertantes, los que interrumpen y hasta insultan para provocar y ganar “ratings” en perjuicio de una entrevista enriquecedora, entre tantos otros casos.
Y por supuesto no pueden faltar los que olvidan que el propósito de una entrevista es permitir que el invitado exprese su punto de vista y quieren transformar el escenario en un debate o fuego cruzado.
Ejemplos internacionales de éxito demuestran que informarse bien sobre el invitado y hacer preguntas precisas, breves y concisas es la fórmula adecuada. Ojalá los que estamos en esto nos tomemos el tiempo de voltear la mirada hacia los medios del primer mundo y aprender de ellos.