Siempre se ha dicho, y la historia lo confirma, que, en la guerra, cualquiera, la primera víctima es la verdad. Y tal premisa se cumple, a cabalidad, en el actual conflicto-invasión Rusia-Ucrania. Igual, en la actual coyuntura, pre-eleccionaria 2024, en nuestro país.
Tal escenario nacional electoral ha propiciado una suerte de guerra de desinformación -mezcla de verdades y mentiras- con dos objetivos estratégicos: a) condicionar “percepción pública”; y b) procurar, a favor de los diferentes actores políticos o precandidatos, posicionamiento político-electoral por cualquier vía o medios… (radio, tv, periódicos impresos o digitales, “encuestas” y redes sociales).
Y en esa lucha de mentiras, manipulaciones periodísticas y de redes sociales, ya no se sabe quién dice verdad o mentira, pues, para peor, hay “periodistas”, “intelectuales”, “cronistas”, “consultores”, “jurisconsultos” (dizque apolíticos o no tendenciados) y “analistas políticos” -además, de expertos, costosísimos, en marketing político- haciendo su agosto, como se dice, o aupando abiertamente, aunque sin confesarlo, un determinado proyecto presidencial; a la vez que nos quieren servir noticias, “análisis de perspectiva”, bolas y hasta narrativas -periodísticas-literarias- acomodaticias. Creo que, dueños de medios y directores, deberían, por lo menos, ponerle una etiqueta a esos pseudos “periodistas” y “cronistas” donde se lea: analista peledeísta, perremeísta, perredeísta, reformista o fupuista -como suelen hacer algunos medios o cadenas internacionales (ejemplo: “analista demócrata” o “analista republicano”; y aun así no están exentos de esas prácticas “periodísticas”)- que, en honor a la verdad, estos últimos, han devenido en los más diestros en el arte de crear percepción pública artificiosa y posicionar a su líder, pues su “partido” queda succionado-ahogado por el peso político-gravitacional, aún en declive, del expresidente y candidato eterno.
Quiérase admitir o no, tal fenómeno, si no se le pone coto, terminará arruinando, aún más, la credibilidad pública de los medios periodísticos que ya de por sí están amenazados -su rentabilidad y preferencia informativa-, precisamente, y en parte, por esa práctica de algunos medios, “periodistas”, “analistas políticos” y enganchados sin más criterio que la oferta y la demanda o sus preferencias políticas -en este último caso, nada criticable, sí los etiquetaran o confesaran bando-.
Ante esa realidad -o fenómeno periodístico-mediático o de renta-pluma-, algo tendrán que hacer dueños de medios y directores, pues además de los nuevos desafíos del periodismo contemporáneo (avances científico-tecnológicos, noticas falsas, medios de comunicación de masas alternativos -redes sociales, periódicos digitales, tendencias o preferencias informativas y nuevas plataformas), existe ese otro fenómeno político-mediático que se debe reformular -ya sugerimos una fórmula que existe, pero se podría ser más creativo- porque nadie nos diga que dueños de medios y directores son tan ingenuos para no leer o darse cuenta de ese periodismo de preferencias políticas disfrazado de “hacedores de opinión pública”. A menos que algún dueño de medios, en todo su derecho cívico-ciudadano, esté de acuerdo con esa línea editorial -de preferencia política- que, en todo caso, debería preservar, en respeto a su audiencia y credibilidad periodística, cierto equilibrio informativo y apertura política-plural. ¿O estoy exagerando la nota?