Si te crías en el seno de una familia sensata, te enseñan que tener deudas es una desgracia. Y te invitan a postergar el placer inmediato para cuando los ahorros alcancen.
Endeudarse es someterse a un tercero y sufrir. Hasta la Biblia nos lo advierte: “los deudores son esclavos de sus acreedores”, “una muestra de la bendición divina es que no haya que pedir prestado”, “entrar en gastos que no se puedan sufragar es una necedad”.
Muchos hasta se suicidan cuando llegan los acreedores a despojarlos para cobrarles. Y es que los hay que tienen vergüenza.
A nivel estatal, es otra historia. Porque ningún político que endeude un país paga con lo suyo las consecuencias de su imprudencia. Esa imprudencia la pagarán “otros”, con lo suyo, y sin haber bailado en la fiesta.
Los Padres Fundadores de los Estados Unidos fueron muy firmes con respecto a esto : “el gobierno debe ser frugal y sencillo”, “los ciudadanos no pueden consentir que los políticos descarguen sobre ellos la deuda”, “la creación de deuda debe ir siempre acompañada de los medios para su extinción”.
Pero eso eran ellos. Esos grandes de la humanidad, que redactaron la Constitución más ejemplar de la edad contemporánea. Y pensaban como verdaderos estadistas. Les daba vergüenza lo que podían dejar a las generaciones futuras.
Nada que ver con los de ahora.
Estados Unidos es al día de hoy la nación con mayor deuda pública del mundo. Y le siguen España, y la mayoría de las naciones en Asia, África e Hispanoamérica.
Estados Unidos compensa en parte con su próspero intercambio comercial, que se lleva a cabo en su propia moneda.
Pero las otras naciones (entre las que se encuentra República Dominicana) lo tienen mucho más difícil. Porque de soberanas, nada. Cada día más expuestas a ser víctimas de todo tipo de despojos e imposiciones de terceros.
Todas atrapadas en el mismo círculo vicioso, porque para estos políticos de ahora (de todos los partidos y todas las tendencias,) es demasiado tentador manejar recursos, y que pague otro.
Ninguno romperá con este vicio.