“Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé/ en el 510, y en el 2000 también” dice el comienzo del tango más famoso de Enrique Santos Discépolo, compuesto en los años 30 del siglo pasado, cuando en la Argentina se vivió un periodo que pasó a la historia como “La década infame”, tiempo de fraudes electorales, represión política, persecuciones, censura y corrupción.
Ese mundo que se revuelve cada tanto sobre sí mismo, y a veces contra sí mismo, ha cambiado tanto que los que nos acercamos a los 70 años podemos atestiguarlo, tuvimos una infancia sin televisión y sin computadoras, estudiamos con enciclopedias, leíamos libros e intercambiábamos paquitos, coleccionábamos figuritas y jugábamos a las canicas o con trompos en patios de tierra, fuimos pasando de los discos de vinilo a los compactos, de los tocadiscos a los grabadores con casetes y de los televisores en blanco y negro a las pantallas planas.
Los teléfonos celulares y las lap-top sepultaron el correo convencional, las cartas que intercambiábamos en nuestra adolescencia y ese mundo que conocimos en la infancia de los años sesenta ya son historia antigua.
Sin embargo, lo esencial del ser humano sigue igual, y todo hace pensar que la aceleración de la tecnología genera retrocesos en otros órdenes, el mundo nos ofrece modelos de éxito basados en la acumulación de riqueza, la figuración en plataformas digitales, la exposición pública en la tele o en YouTube, generalmente a través del espectáculo y en formas casi siempre lamentables, con opinólogos y bocinas que tratan de convencernos de que todo está bien, no importa que haya cada vez menos ricos más inmensamente ricos y más pobres cada vez más inmensamente pobres.
Ese mundo que siempre ha sido ajeno, ahora también se presenta más hostil y da la impresión de que las cosas, lejos de mejorar para las grandes mayorías, solamente sumarán ventajas para los ricos más ricos.
Poco se puede esperar, así que cerraré las puertas de mi casa y las abriré solo para los amigos, me sentaré en el balconcito a leer novelas de intriga, a escribir poemas y cuentos de romances en tierras lejanas, hornearé bizcochos de limón y de naranja, escucharé tangos nostálgicos, cuidaré mis azaleas y mis gardenias, y mientras tanto, que el mundo siga siendo ancho y ajeno…