Según la Real Academia un ignorante es una persona que desconoce algo o no hace caso de algo, sea una advertencia, un llamado de atención o cualquier otra cuestión destinada a la mayoría.
Un bruto en cambio es alguien rudo, tosco, vicioso. ¿A qué viene esta distinción? Según el docto académico e investigador Australio Pithecus: “Lo que diferencia a un ignorante de un bruto es, por ejemplo, cuando a una ferretería llegan dos clientes a comprar un martillo, uno observa las características de esa herramienta, y el otro en cambio exige un manual de instrucciones”…
Los ignorantes son personas que tienen conciencia de lo que saben y de lo no saben, los brutos en cambio, creen que saben lo suficiente y su propia experiencia ya les ha enseñado todo lo necesario para vivir, o para sobrevivir porque, casi siempre, ese es el único objetivo de su existencia. Por eso ni siquiera leen porque para ellos todos los libros son iguales.
Dice al respecto el librero turco Berehm Osileez que los libros atesoran el conocimiento, y aunque no lo producen, el hecho de tenerlo guardado puede salvar a muchos de la ignorancia, pero su efecto en el cerebro de un bruto es tan nulo como la hostia en boca de un ateo…
¿En qué momento las personas instruidas pueden actuar igual que los brutos? Según la investigadora escéptica japonesa Apoko Nikreo, esto sucede cuando, por disimular que se desconoce un tema o una noticia, la gente finge que está enterada, sin tener la más remota idea, entonces, si alguien dice que la Guerra Fría fue una contienda en la que por las bajas temperaturas murieron miles de soldados congelados, asentirá como si supiera.
Este tipo de actitud, según el profesor Australio Pithecus, se multiplica en las redes sociales cuando se difunden informaciones falsas: “Si usted afirma que en Internet se pueden encontrar todas las informaciones a favor o en contra de cualquier cuestión y decidir según su propio gusto o interés, y le atribuye esa frase a Aristóteles o a Heidegger, no pasará mucho tiempo para que se reproduzca como real. El problema es que millones de brutos tiene un canal para esparcir sus infundios”.
El líder político argentino Juan Domingo Perón solía usar esta frase lapidaria: “No hay nada más peligroso que un bruto con iniciativa”.