Leer es una forma de la felicidad, dicen muchos expertos, de ahí que “lectura obligatoria” es un contrasentido, según Borges, porque el placer no puede ser obligatorio, sino algo buscado… sin embargo, la lectura de cualquier ficción nos sumerge en mundos de conflictos, en historias de sufrimientos, de seres que enfrentan adversidades y padecen dolores enormes; ¿es eso lo que nos hace felices? Es probable que la respuesta a esta pregunta resulte un poco más compleja que un simple sí o un no.

Mi maestra de quinto de primaria, en los años sesenta, nos decía que leer es como emprender un viaje, una aventura en la que, como en todo desafío que se acepta, se sufre, se ríe, se espera, se tienen ilusiones y esperanzas, se sufren frustraciones, y la felicidad está en regresar de ese “viaje” con la seguridad de haber adquirido nuevos saberes, de haber aprendido a hablar y a escribir mejor, pero, sobre todo, de haber aprendido a soñar.

Cada libro es una travesía, desde el punto de vista de mi maestra, que aún hoy comparto plenamente, y esa travesía tiene que presentar una serie de obstáculos y dificultades para que pueda resultar interesante a los ojos de cualquier lector, porque de los desafíos, de las incertidumbres, de los escollos superados se componen las narraciones que nos atrapan.

“Las personas felices no tienen historia”, escribió alguna vez la novelista francesa Simoné de Beauvoir, y seguidamente explicaba que solo cuando ella se sentía triste, desolada y dolorida, era cuando se le despertaba el deseo de narrarse, de inventar mundos.

Los que tuvimos la suerte de ser guiados por maestras enamoradas de los buenos libros, los que conocimos la fortuna de tener en la infancia una biblioteca escolar habitada por Julio Verne, por Emilio Salgari, por Gustave Aimard y Robert Louis Stevenson, por James Fenimore Cooper y Walter Scott, conocimos muy tempranamente esa felicidad, pero aprendimos también que cada libro es una aventura diferente, un desafío singular que nos llama desde los anaqueles, una señal que, si no es una invitación obligatoria a la felicidad, se le parece demasiado.

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