La crítica literaria cumple la importante función de calificar el contenido de los libros según su calidad, aunque en la práctica tiene poca o ninguna influencia en la decisión o en el gusto de los lectores.

Los libros más vendidos, única medida de éxito para el establishment, son los que generalmente los críticos rechazan, sin embargo hay autores que también son éxitos de crítica y de ventas, como Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Umberto Eco y muchos otros.

Los críticos analizan los argumentos y la técnica narrativa, el manejo gramatical, la riqueza del vocabulario, la originalidad, la capacidad del autor para despertar el interés del lector, entre otros criterios; pero no por eso tienen la última palabra ni son la única voz autorizada para juzgar un libro, al menos no para la gran mayoría.

Muchos autores reconocidos fueron famosos por reaccionar airadamente a los juicios negativos, otros por entablar largas polémicas con sus críticos, en cambio la mayoría simplemente los ignora, porque el que escribe por vocación, movido por pasiones profundas, ni siquiera piensa en sus lectores, sean estos críticos literarios o simples mortales.

Borges, en su rol de crítico, decía que hay escritores que piensan por imágenes y otros que piensan por abstracciones (como él mismo) y que unos y otros son igualmente valiosos si consiguen retratar los intrincados laberintos del alma humana, las obsesiones que mueven la existencia o los grandes problemas de cada individuo en el tiempo que le toca vivir.

En los años 70, cuando Latinoamérica era sacudida por movimientos sociales, sindicales y guerrilleros, se hablaba de una literatura comprometida cuando el tema de las obras era precisamente esas luchas sociales, las reivindicaciones de las masas oprimidas y el reclamo de los desposeídos.

Sin embargo, autores como Ernesto Sábato no creían en esa literatura, sino en que solo había buenos y malos libros, Kafka jamás necesitó escribir sobre guerrillas y revoluciones para retratar los tormentos del alma humana, decía Sábato, y hasta recordaba que el propio Marx admiraba al monárquico y bonapartista Honoré de Balzac.

No sé si es la mejor, pero sí la más divertida definición la que formuló una vez el escritor argentino Isidoro Blaisten: “Los críticos son como los eunucos; lo saben todo, pero no pueden”.

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