Dice el investigador Australio Pithecus que las historias de terror, los cuentos de aparecidos y de fantasmas impactan a las personas porque, en el fondo, refuerzan su sensación de seguridad cuando, después de asustarse, se descubren sentadas en el sofá, pueden controlar que las puertas y ventanas están cerradas y prepararse un café, un té o un whisky y bebérselo en esa confortable estancia, mientras se dicen una y otra vez que los fantasmas y los aparecidos no existen.
“Pero estas historias terroríficas, los muertos que hablan a través del tablero Ouija y todas esas patrañas engañabobos tienen, en realidad, otro objetivo; que es desviar el miedo hacia lo sobrenatural para que lo que sí debiera asustar pase inadvertido y se acepte como algo normal”, afirma don Australio Pithecus.
Las personas que viven frente a los cementerios no es que sean valientes o temerarias, sino que al “no ver” nada raro terminan por dejar de creer en las supersticiones. “Más miedo hay que tenerles a los vivos, que pueden ser mucho más dañinos, sobre todo si se trata de políticos, banqueros, prestamistas, o se dedican a otras actividades non sanctas” dice nuestro distinguido doctor.
El investigador árabe y especialista en fantasmología Tazuz Taréh afirma que, por su naturaleza incorpórea y aérea, los espíritus y las almas en pena –si existieran- no podrían resistir al calentamiento global, a los gases de efecto invernadero y mucho menos a la lluvia ácida. “No quisiera estar en sus zapatos”, dice Tazuz Taréh y automáticamente se corrige porque ningún fantasma los usa ni los necesita.
Sin embargo, lo que en la antigüedad era un conjunto de supersticiones, en la moderna sociedad capitalista es una industria que mueve millones de dólares, entre brujos, adivinos, médiums, tarotistas y otros tantos charlatanes, a lo que hay que sumarle las películas de terror y festividades como Halloween, cuando niños y adultos se disfrazan de Frankenstein, de brujas o Drácula, y recolectan chocolates y dulces a cambio de no asustar, qué tierno ¿verdad?
El profesor Australio Pithecus en esas fechas suele disfrazarse de tarjeta de crédito: “Si vamos a vestirnos de chupasangre –dice- que sea un chupasangre de verdad, y aunque nadie se asuste, deberían”, afirma.