Desde que uno comienza en la infancia a trazar los primeros circulitos, y después letras y números, descubre que escribir no es fácil, y ya en la adultez lo confirma cuando se ha elegido un oficio que se basa en la palabra.

Y cuando se escriben ficciones, novelas o cuentos, cuando se inventan historias, y personajes, lugares, situaciones y finales, se debe respetar el principio de que la literatura tiene la obligación de ser verosímil, parecerse a la realidad.

Si se escriben novelas policiales, por ejemplo, imaginar un detective capaz de deducir como Sherlock Holmes, Jules Maigret, Lew Vincent Archer, Philip Marlowe o el comisario Montalbano aquí, en República Dominicana, ese personaje no sería creíble, y no porque no exista, sino porque no tendría ninguna relación con la cotidianidad de este país y de su gente.

Otro problema que enfrenta un escritor de estas tierras, como de cualquier otra parte del planeta, es la obligación no solo de concebir personajes creíbles, sino de creer en ellos, tiene que dotarlos de gestos cotidianos, gustos musicales, preferencias gastronómicas, datos que deben mencionarse al azar a lo largo de la historia, pero de manera que el lector pueda captarlos y formarse una idea.

Así como en el cine abundan los clichés del personaje salvador o del personaje invencible estilo Jack Reacher o Jason Bourne, que son exitosos y hasta esperados por el público, en la literatura esas características no siempre resultan. La mayoría de los lectores que conozco prefieren protagonistas que resuelven con su inteligencia antes que a los golpes, y simpatizan más con personajes comunes, que trabajan y llevan una vida rutinaria como la mayoría.

Pero después de componer un manuscrito que cumpla con todos los requisitos mencionados, el texto debe someterse al escrutinio de un editor, una persona que lo lea, lo corrija y termine de “limpiarlo”.

Finalmente, tratar de publicar el libro suele ser una tarea casi imposible, a no ser que se tengan los fondos suficientes como para costear una edición mínima, de cien ejemplares, y conseguir que se lean. Sobre todo cuando al autor no le gusta pedir favores ni deberle nada a nadie.

Así que cuando digo que escribir es difícil, créanme que lo es, sobre todo cuando independientemente de publicar o no, la escritura se sueña y se vive como una pasión vital.

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