Dice el profesor Australio Pithecus que creer, tener fe en algo, aunque ese algo sea irreal, será real en sus consecuencias, y lo mismo sucede cuando no se cree. “Mientras un creyente ve en cada cosa buena un milagro divino, un escéptico investigará las causas y tratará de explicar de manera lógica cada hecho, por fortuito que parezca”, afirma.

Pero el caso del agricultor escéptico nipón Temiro Ynokreo es especial. Él estaba convencido de que existían los ovnis y los extraterrestres, pero no creía en las brujas. Vivía en un apartado campo en Constanza, a donde se retiró tras enviudar a los cincuenta años, para leer libros de Kant, de Antonio Gramsci y de Marcial Lafuente Estefanía.

Junto a su casa había un cobertizo donde guardaba maderas, porque a Temiro le gustaba tallar pájaros y pintarlos como si fueran reales.

Una noche de invierno una mujer muy bella tocó a su puerta.

–Soy bruja –le dijo– en tu cobertizo hay un trozo de encina negra. Lo necesito para armar mi escoba antes de la luna nueva.

Aunque la mujer era sensual y hermosa y no se parecía en nada a las brujas, Temiro se portó como un caballero y le prestó su cama, él durmió sobre unos cojines en el piso.

Al día siguiente ambos desayunaron –¿Supiste que tengo esa madera porque eres bruja? –preguntó burlón. La mujer no respondió. –Eres viudo –dijo. –Eso lo sabe todo el mundo –retrucó él. –Has sufrido mucho. –Como todos –respondió él y así estuvieron discutiendo hasta que ella fue al cobertizo, él la siguió, incrédulo. La vio tomar un palo oscuro y estuvo desde la mañana hasta el anochecer dándole forma, hasta que finalmente armó su escoba.

–Te demostraré que existimos –le dijo, y entonces hizo girar la escoba en el patio a tal velocidad que se levantó tanto polvo que parecía una humareda mientras ella volaba alrededor de la casa y después aterrizaba junto a él, que se estaba limpiando los anteojos con un paño.

–¿Te convences ahora? –preguntó ella. –Es que con esa polvareda no pude ver nada –replicó él y tuvo que correr alrededor de la casa para esquivar los escobazos que ella le lanzaba. –Se va a romper tu escoba antes de la luna nueva –gritaba Temiro, pero ella ni siquiera lo escuchaba.

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