El cerebro de los humanos está preparado para sobrevivir, identificar peligros y buscar refugio seguro, más que para ser feliz. Esta característica viene desde nuestros antepasados neandertales, y es lo que nos ha permitido desarrollar nuestra capacidad de inventar y crear mecanismos de defensa cada vez más sofisticados.

Esa evolución permitió también que las personas perfeccionaran su capacidad de prevenir el peligro, detectarlo antes de que apareciera, maniobrar para eliminarlo o alejarse de él, que en cierto modo equivale a conspirar, “de ahí que cada ser humano, desde la edad de piedra hasta nuestros días, es en mayor o menor medida, un conspirador en potencia”, afirma el docto investigador Australio Pithecus.

“El político que establece sus estrategias de campaña sobre la base de los informes que recibe de sus espías infiltrados en las filas contrarias, el empleado que estudia los horarios en los que se aparece el jefe para hacer que se noten sus esfuerzos, la vecina que lleva la vida de los vecinos para saber en qué andan, el jovencito que se acerca con cualquier excusa a la compañerita de curso que le gusta, todos aquellos que se ponen donde el capitán los vea son, en cierto modo, conspiradores que persiguen un fin determinado” afirma don Australio Pithecus.

Según el espía japonés Temiroytu Nosabe, conspirar es una maniobra que solo puede ser ejecutada por mentes superiores y entrenadas, o sea que habría que excluir de esa categoría a las viejas chismosas del barrio o a los “correveydile” de las oficinas que actúan como “orejas” de los jefes, en cambio la doctora Anacleta Borda Lesa dice que las mujeres aprendieron a conspirar al mismo tiempo que los hombres en la edad de piedra, pero por razones distintas, para encontrar, por ejemplo, debilidades del macho que pudieran explotar en su beneficio cuando tenían que pasarse la mayor parte del tiempo encerradas en las cuevas para cuidar a los hijos y alimentar el fuego.

La conspiranoia forma parte del mundo en que vivimos, los países conspiran porque desconfían de sus vecinos, los políticos conspiran contra los otros políticos, los empleados desconfían de sus jefes y las esposas conspiran para enterarse de los movimientos de sus maridos, y el mejor ejemplo actual de conspiración son las “chapiadoras” cuyo “trabajo cospirativo” merece un artículo aparte.

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