En términos macroeconómicos, 2018 terminó siendo un año muy bueno. Por una parte, el crecimiento fue muy elevado, más de 2.5 puntos porcentuales por encima de la media histórica de las últimas décadas (7% contra 5.5%), y hasta septiembre el desempleo se había reducido en algo menos de un punto porcentual. Además, gracias al crecimiento económico en Estados Unidos, los ingresos corrientes de divisas (principalmente por exportaciones, turismo y remesas) podrían terminar creciendo en más de 2 mil millones de dólares.
Por otra parte, esto fue posible sin que las tasas de inflación y de devaluación hayan crecido a niveles preocupantes. De hecho, la inflación terminará cerrando muy por debajo de la meta establecida en el Programa Monetario. Esto no es bueno en sí mismo, pero indica que la economía tuvo espacio para crecer, y que lo hizo sin generar muchas presiones y sin que hubiera evidentes perdedores en lo inmediato.
El costo del éxito
Ciertamente, ese desempeño tendrá un costo por varias razones. La primera es porque el gasto del gobierno y la deuda pública han jugado un rol importante en el crecimiento. Cerca de un 18% de todo el PIB es demandado por el gobierno, y de éste, un 22% (casi 4% del PIB) es financiado con deuda. En palabras sencillas, como tantas veces se ha dicho, el crecimiento ha sido en parte empujado por la deuda pública que alimenta el gasto del gobierno, y esa deuda habrá que pagarla.
No obstante, hay que indicar que no se trata de un juego suma-cero. No se puede caer en la simpleza de decir que lo que se crece hoy con deuda se deja de crecer mañana cuando se paga. Solo se puede decir que habrá que pagar y eso afectará el crecimiento futuro porque para ello habrá que utilizar el dinero de los impuestos, que pudiera ser utilizado para comprar bienes y servicios.
La segunda es porque la deuda pública también ha contribuido de forma importante a mantener baja la inflación. En este caso se trata de la deuda del Banco Central, que ha venido funcionando como una gran aspiradora de liquidez de la economía, y lo ha hecho endeudándose. Por el dinero que le toma prestado al público (en especial a las AFP y a los bancos), paga intereses, pero como esa institución no genera recursos propios, tiene que endeudarse nuevamente para pagarlos, lo cual genera una dinámica de endeudamiento permanente y creciente. En 2018, la deuda del Banco Central creció en 15%, más de 72 mil millones de pesos.
Para frenar esto con efectividad, el gobierno tendrá que transferir al Banco Central, de las recaudaciones de nuestros impuestos, cantidades mayores de dinero de lo que lo ha estado haciendo. Cuando lo haga, el resultado será menos gasto público, menos crecimiento, menos servicios públicos y menos bienestar de lo que pudiéramos tener.
Pero esa política también tiene un costo presente: tasas de interés más altas, y con ello una menor inversión y menor nivel de empleo de lo que hubiese sido posible. Al haber menor liquidez porque el Banco Central se dedica a captar pesos, el dinero se encarece. Por fortuna, hay que reconocer que la subida no ha sido muy intensa y que la inversión y el crédito no se han resentido.
Estos argumentos no son una crítica directa a la política, y no pretende ser un balance de ella ni considera sus beneficios y políticas alternativas. Solo es un llamado de atención al público amplio sobre sus costos.
Perspectivas para 2019
2019 no parece que será un año muy diferente a 2018 en términos macroeconómicos. No hay razones para pensar que el crecimiento estará muy por debajo de la media histórica, aunque difícilmente alcance la cifra extraordinaria de 2018. Tampoco las hay para pensar que habrá presiones inflacionarias y devaluatorias mayores, o que las políticas fiscal, monetaria y cambiaria serán distintas.
La política macroeconómica seguirá fundamentalmente en piloto automático, con una política monetaria restrictiva y con un objetivo cambiario duro, y una política fiscal con un déficit sostenido. Solo queda pendiente verificar si la prometida reducción del déficit será una realidad.
A pesar de su previsibilidad, seguramente la política estará atenta a las contingencias. En general y más allá de las merecidas críticas a la naturaleza de sus políticas, frente a situaciones adversas, las autoridades han sabido actuar con flexibilidad y oportunidad. En ese sentido, hay tres elementos externos que gravitarán con fuerza y que podrían incidir de manera importante en la economía este año.
El precio del petróleo
El primero es el precio del petróleo. La Administración de Información de Energía de Estados Unidos (EIA, por sus siglas en inglés) predice que el precio del WTI será de poco más de 54 dólares por barril, 17% menos que el precio medio registrado en 2018, que fue de unos 68 dólares, aunque más elevado que el precio actual que se ubica cerca de 45 dólares. Por su parte, medios especializados indican que la mayoría de los bancos de inversión prevén un precio que oscila entre 55 y 66 dólares el barril.
La experiencia muestra que el precio del petróleo es poco predecible, pero parece difícil que en 2019 supere el precio medio de 2018. Eso significa que, aunque no juegue más en contra de la economía dominicana que lo que lo hizo en este año, seguirá teniendo un peso relevante en las cuentas externas. Eso tiene tres implicaciones. Una es que la factura petrolera podría continuar rondando los 3,500 millones de dólares y continuará restando una importante cantidad de recursos a la economía, limitando su capacidad para crecer. Hay dos cosas que pueden contrarrestar eso: una continuada expansión de las exportaciones, de los ingresos por turismo y de las remesas, algo que es poco probable (crecerán, pero no tanto como en 2018), o una repetición de la estrategia de endeudamiento público que privilegió las fuentes externas, en parte porque implicaban un aumento compensatorio de la entrada de divisas.
La otra es que el subsidio eléctrico continuará pesando en las finanzas públicas, y el prometido alivio derivado de la entrada en operaciones de las plantas de Punta Catalina será menos intenso de lo esperado. El monto del subsidio para 2019 dependerá del aporte que hagan las nuevas plantas, que lo deberán hacer a un precio notablemente inferior al promedio, y del precio del petróleo, el cual incide en el costo de la generación para el resto del parque energético. En 2018 podría terminar acercándose a los 900 millones de dólares. Desde el punto de vista del desarrollo, el subsidio a la electricidad es uno de los gastos más improductivos que existe porque no transforma la economía y beneficia en demasía a quienes más consumen energía, quienes no son precisamente pobres.
Las tasas de interés
El segundo es las tasas de interés en Estados Unidos. Estas han venido subiendo a medida que la Reserva Federal, el banco central de ese país, ha hecho incrementos en su tasa. Es posible que en 2019 no suban tanto como lo hicieron en 2018, en parte porque está sometida a una fuerte presión por parte del gobierno de Trump que quiere mantener el impulso del crecimiento, pero lo harán.
Esto tiene dos implicaciones. Una es que las tasas para la contratación de nueva deuda pública serán más elevadas, pero esto no tendrá efectos en 2019 sino a más largo plazo, sobre los pagos futuros de la deuda contratada ese año. Otra es que, para que el país siga siendo atractivo para las inversiones de cartera (financieras) y evitar la salida de capitales, el Banco Central podría verse obligado a subir su tasa de política, empujando hacia arriba las tasas en el mercado. Esto podría ralentizar el crecimiento y las inversiones.
Crecimiento económico en Estados Unidos
El tercer elemento es el crecimiento de la economía estadounidense para 2019. La Reserva Federal prevé que en este año la economía crecerá en 2.5%, 0.6 puntos porcentuales menos que en 2018. Esto se deberá en buena medida a que el estímulo del paquete fiscal introducido se irá diluyendo. Para 2020 las proyecciones apuntan a un crecimiento aún menor (1.9%).
Para la República Dominicana eso significa que es poco probable que el crecimiento de las exportaciones, de las remesas y del turismo sea tan elevado como en 2018. La economía estadounidense nos halará menos, el crecimiento de los ingresos de divisas será menor y el espacio para la expansión económica también podría ser menor. Para contrarrestar esto, lo único que se puede hacer en lo inmediato es devaluar el peso un poco más de lo que ha sido usual, para hacer más competitivas las exportaciones y el turismo.
En síntesis, hay que seguir de cerca los precios del petróleo, y las subidas de las tasas de interés y el crecimiento económico en Estados Unidos.