A través de la historia, la lucha por los derechos humanos ha costado mucha sangre, sufrimiento y sacrificios en la búsqueda de la plenitud de la dignidad y la vida, como atributos fundamentales para el individuo en sociedad. Los ciudadanos son cada vez más conscientes de sus prerrogativas y de lo que pueden exigirles a sus gobernantes, a quienes luego penalizan con un voto de castigo si no atienden sus necesidades. La veleidad de los sufragios es proverbial, vistas las experiencias recientes que muestran fehacientemente que se elige más “en contra de” que “a favor de”.
Las demandas y requerimientos desbordan la capacidad de respuesta del Estado y sus representantes; nunca es suficiente, siempre se pide más. Intimamos y emplazamos para obtener lo que pensamos merecer, pero ¿dónde dejamos los deberes? Proclamamos limpieza en nuestras calles, barrios y ríos, pero somos los primeros en ensuciarlos lanzando basura cuando nadie nos ve. Repudiamos la corrupción en todas sus manifestaciones apuntando a los políticos y, sin embargo, la cometemos con pequeños fraudes cotidianos, desde copiar una tarea del compañero para engañar al profesor, vender algo que sabemos tiene defectos que lo hacen inutilizable, hasta saltarnos una luz roja o burlar las reglas con subterfugios.
Despreciamos los sobornos y no dudamos en dar una propina generosa para un trato preferencial y evadir los procedimientos oficiales. Odiamos el desorden del tránsito que se ha convertido en un clamor general y somos incapaces de ceder el paso o parquearnos donde corresponde. Reclamamos seguridad y andamos descuidados por nuestra cuenta, sin tomar las previsiones mínimas para evitar que sucedan las desgracias. Protestamos por el ruido y no cesamos en producirlo.
Proclamamos mejoras salariales y reivindicaciones en la seguridad social, cuando ni siquiera cumplimos la jornada laboral a nuestro cargo. Criticamos nominillas y botellas y somos (o algún cercano) de los beneficiados con esa práctica clientelista. Desdeñamos los privilegios, siempre que no seamos los destinatarios de ellos.
Tenemos amnesia selectiva cuando de obligaciones se trata porque, tras cada conquista, está el cumplimiento de una prestación que la justifica; son las dos caras de la moneda en que una, no se sostiene sin la otra. Como la canción de José José, es que todos sabemos exigir los derechos, pero pocos asumir los deberes.